Javier Rioyo
A cada uno su propio invierno. Aunque hay inviernos propios que parecen refugios para compartir, para huir de hielos y miedos. Yo también quiero estar caliente en mi propio invierno, tener, y compartir, mi invierno propio. Será inevitable que cada uno tengamos nuestro frío final pero mejor no helarse antes de tiempo. El libro de Luis García Montero, sus recuerdos que nos ayudan a olvidar miserias y recordar lo necesario, es otra vez esa lección tan cercana de cómo ser verdadero sin dejar de ser un fingidor.
No recuerdo desde cuando conozco a Luis García Montero- yo que tantas cosas olvido, y que tantas recuerdo sin querer- pero hace ya bastantes libros y muchas complicidades. También hemos cruzado el Puente de Brooklyn y el Arroyo del Abroñigal. Festejamos vidas, lloramos desapariciones, compartimos copas y soporto su comida de adolescente.
Somos íntimos enemigos de club de fútbol y compartimos exilios de algunas palabras, de algunas conductas y algunas personas que nunca nos acogerían.
Me gustan sus poemas y sus vidas. Capaz de hacernos sentir bien como si el clima se hubiera puesto Luis todo el miércoles. Le han querido los mayores, las generaciones que vivieron y escribieron los cincuenta, y le siguen queriendo los casi no recuerdan el pasado siglo nuestro de todos los demonios. Le gustan las canciones que acortan la distancia entre corazones. Antes de tocarnos una emoción con algún poema dicho en público, le sale un leve tartamudeo que le hace más cercano. Cuando no tenía la vista cansada le sentaba muy bien el sombrero, era un rojo adolescente y excéntrico, ahora con las décadas, le gusta ir con la cabeza al aire, presumiendo de no tener canas. Los poetas, no solo son buenos bebedores de whisky, sino que tienen mucho pelo y son eternamente jóvenes, incluso cuando son muy ancianos y tienen muchas canas.
Luis acaba de publicar un libro que toca dónde duele y dónde da gusto. Que avisa y acaricia. Que recuerda y ayuda a necesarios olvidos. Un libro que nos ayuda a convivir con las dudas.
Le robaría muchos poemas pero copiaré uno que me ha regalado, "Un bar no es una patria, pero su nombre se escribe con la tinta de los mapas:
Llegar, abrir la puerta, descender
al cálido refugio en las noches de lluvia.
El mundo es insolente en su precariedad,
mantiene las distancias
igual que los poetas engreídos.
Pero hay raros momentos de plenitud y abrazo.
Recuerdo algunas tardes del otoño
En mi ciudad tocada de violeta,
y oscuridades con jazmín,
y la espalda del mar
-muy de mañana-
cuando el azul y el sol no pertenecen
a lo bañistas o al verano,
sino a la perfección de un mundo convencido
de su propia verdad.
Y recuerdo también la hospitalaria
sonrisa de los bares,
después de que las luces de sus puertas
no hayan defraudado.
Bares como descuidos en la lluvia,
en el vientre salvaje del frío y la distancia
o en la prima de todo lo que huye.
Me dieron un lugar
con sus sillas vacías,
sus huecos en la barra
y sus botellas firmes como viejos soldados
de un ejército amigo.
El hombre solitario del rincón,
la pareja del beso,
la extranjera de ojos familiares,
el viejo que no quiere envejecer
con sus camisas de colores altos,
el músico cansado que repite
las canciones de un tiempo que fue nuestro,
los raros y sus penas,
las risas y sus labios,
han bebido conmigo,
me han hecho comprender
la violeta que guardan las ciudades
y la verdad que un mundo
que a veces es azul
con un sol en la puerta de su noche.
El nombre de los bares
Se escribe con la tinta de los mapas.