Javier Rioyo
Antes estaba más claro quiénes eran los escritores que se alineaban entre los humoristas. Tenían voluntad de humor en su literatura. En sus formas y en sus temas. Por hablar de algunos de referencia podríamos citar a Miguel Mihura o a Jardiel Poncela. Dos de los grandes de nuestro mejor humor, uno más cerca del absurdo que otro, uno más teatral el otro más diletante. Dos buenos modelos de un humor muy reconocible, de un humor español. Con el lío que significa hoy decir que algo es español. Que, por supuesto, no quiere decir que se acompañe de los tópicos que forjaron la españolidad de postal, de muchas postales chirriantes a lo largo de siglos.
Humor nuestro que estaba en el Arcipreste, que pasa por Quevedo, por el teatro del siglo XVI, que se transforma en seriedad, en esperpento en Valle, que se vuelve astracán en unos, carpetovetónico en otros. Humor que de otra manera, de forma honesta y vaga, llega a Josep Plá. De vez en cuando vuelvo a él. Por ejemplo a ese libro que publicó cuando era José Plá y que se llama Humor honesto y vago. Cuenta en su prólogo que él no sabía que fuera un escritor humorista hasta que algunos queridos amigos se lo señalaron. Que él lo seguía dudando pero insistieron con argumentos tan serios que lo empezó a creer. Además no le gustaba frustrar las previsiones de las personas que le eran gratas. Y así pasó a considerarse un escritor de humor, de humor honesto y vago. Honesto porque nunca sintió la “delincuencia de la declamación antisocial”. Y vago porque como era un recién llegado al humorismo todavía no había tenido tiempo de “conocer los rincones y desvanes de la casa”.
El humorismo esa casa grande con rincones y desvanes muy diferentes. Hay muchos serios escritores que se acercan al humor, Eduardo Mendoza. Hay escritores llenos de humor que son muy serios, Quim Monzó. Y hay otros que se acercan a lo mejor de nuestro esperpento. A una deformada visión de la realidad que después de leída parece mucho más realista. Entre esos uno de los ejemplos más sólidos, uno de los mejores escritores desde ese lado de lo absurdo contemporáneo es Fernando Royuela. Su último libro de cuentos, de disparates ibéricos y actuales, es un perfecto ejemplo de la buena literatura que desde el humor podemos encontrar en los escritores en castellano. Bueno desde su título, El rombo de Michaelis. Un lugar muy interesante de la anatomía femenina. Tiene algunos cuentos de lo mejor de nuestra cercana literatura del disparate, ¡de tanto realismo! Y ese arranque excepcional con un pescadero sofista. Toda una metáfora de algunas cosas que nos pasan. Reírnos de nuestras propias miserias cotidianas. Un placer.