Javier Rioyo
Estoy en Bogotá, dentro de unos minutos se debatirá sobre los desafíos de la Industria Editorial, se están celebrando el II Acta Internacional de la Lengua Española. Hasta hace un rato todos estábamos matizadamente contentos, optimistas y esperanzados con la gran transformación que ha vivido, que sigue viviendo el país colombiano. Con el cambio vital y cultural en una de las más complicadas capitales del mundo.
Es Bogotá una ciudad fascinante por su crecimiento, por su transformación, también por su peligro, su manera de crecer bajo volcanes que no se ven, pero que ahí están. En la Capital Mundial del Libro de 2007, como así lo decidió la UNESCO, después de haber escuchado un discurso inaugural, también matizadamente optimista del escritor William Ospina sobre el futuro del libro, sobre el futuro de la lectura y sobre el comienzo de la modernidad de la mano del crecimiento del libro como un bien común para la mayoría.
Yo, como Ospina, soy de la tendencia optimista. Después viene la realidad y te muestra sus garras, sus miserias y su brutalidad. Mientras nosotros nos disponemos a debatir sobre las bondades de la cultura y su difusión, en las sierras de Colombia acaban de asesinar a once diputados secuestrados por la guerrilla. Es muy difícil hablar con normalidad de las letras cuando las armas hablan de esa manera.
Ya ayer, antes de escuchar a Ospina, guardamos un minuto de silencio por la muerte de los soldados españoles y colombianos en lugar del mundo donde las armas están por encima de las letras. Ahora comenzamos con la sombra de esos otros muertos.
Hubo un tiempo que muchos intelectuales miraron con simpatía esos movimientos de “liberación” que se daban en muchos países de dictaduras en América, en otros lugares del mundo. Hoy ya no podemos justificar, por más torpes y vendidos que sean algunos gobiernos, por más desacertadas que sean algunas medidas y por más injusticia y desigualdad que exista en la sociedad. No podemos usar las armas. No se puede creer en el fundamentalismo del arma, la fuerza, el secuestro. No tengo solución. No tengo idea qué se debe hacer para terminar con las guerrillas secuestradoras y antidemocráticas. Tampoco sabemos cómo liberarnos de malos gobernantes. Cómo terminar con tantas desigualdades o injusticias. Hoy tampoco nuestra pluma vale lo que sus pistolas.
Y poco, no estoy seguro si nada, tiene que ver aquella pistola que cantaba Antonio Machado, con estas pistolas de las guerrillas colombianas. Poco vale nuestra pluma, pero no queremos cambiarla por sus pistolas.
Quería hablar de la hermosa y literaria ciudad. Lo haré en otro momento.