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Trasatlántico

Eder. Óleo de Irene Gracia

Javier Fernández de Castro

En los talleres de escritura creativa enseñan que las novelas deben arrancar con una historia vistosa, emotiva, trepidante y capaz de enganchar al desprevenido lector. Si consigues eso, dicen los maestros, después puedes hacer un poco lo que quieras con los tiempos narrativos, los escenarios donde transcurre la acción y el, la o los narradore(a)s, siempre que tengas la precaución de no perder por el camino la atención del lector.

Colum McCann conoce bien la norma porque lleva años enseñándosela  a futuros escritores en una universidad de Nueva York. Y en Trasatlántico cumple escrupulosamente con sus enseñanzas y abre la novela con el relato novelado del vistoso y trepidante, aparte de histórico,  vuelo que en 1919 realizaron los pilotos británicos Arthur Brown y John Alcock, quienes partiendo de Terranova a bordo de un bombardero Vickers modificado, llegaron a Irlanda y se convirtieron e los primeros en atravesar el Atlántico sin escalas. Ante la enormidad que se proponían  hacer los dos aviadores pasa casi desapercibida la importancia de la intervención de  una periodista de Terranova y su hija fotógrafa, quienes les entregan una carta con el ruego de que la echen al correo cuando toquen suelo europeo. Esa carta acabará dejando un levísimo rastro que salta y enlaza épocas, continentes, personajes y circunstancias sin aparente relación pero que exigen una colaboración activa del lector para elaborar el relato total.    

En el caso de esta novela, McCann tuvo que hacer frente a dos condicionantes de índole muy diferente pero que a la postre se han demostrado decisivos. El primero hay que atribuirlo al éxito furibundo de su novela anterior,  Que el vasto mundo siga girando (2009) que le valió fama, fortuna, premios prestigiosos y efusivos elogios a escala mundial, pero que le causó de paso un problema muy común en los autores de éxito repentino: cómo escribir otro libro que sea tan bueno como el anterior sin que parezca una copia, o lo que es lo  mismo, cómo satisfacer las  expectativas creadas. El segundo condicionante no tenía nada que ver con las servidumbres de la industria editorial y en cambio era de orden estrictamente literario: a diferencia de lo que les pasa a otros muy admirados escritores irlandeses tipo Elisabeth Bowen, John Banville o, sobre todo, Colm Toibín,  Colum McCann no es un escritor fácil e imaginativo y que de cualquier cosa se inventa una novela. Él es un fanático de la investigación previa y de la precisión, y si describe un viaje en barco en los años 30 del siglo pasado, los trajes de ellos y ellas, las nomas sociales de trato según el interlocutor sea ella o él, las bebidas y los aperitivos, las músicas que se oyen en el barco o el trato con la servidumbre están milimétricamente reflejados, con la particularidad de que esa minuciosidad en el detalle a veces tiene una importancia decisiva en el desarrollo de la trama, como es el caso de la ya mencionada carta que atravesará por vez primera el Atlántico por los aires, aunque es más significativo aún un detalle mínimo que se describe en el capítulo II, íntegramente dedicado a la visita, asimismo histórica, que  el ex esclavo y abolicionista norteamericano Frederick Douglass realizó a Irlanda en 1845. Aunque el visitante lo viera todo desde la seguridad de los círculos ilustrados y socialmente acomodados que financiaron su viaje, la situación en Irlanda era espantosa, y si ya de por sí era espeluznante el espectáculo de miseria y degradación que ofrecían las calles, se estaban produciendo los primeros pero inequívocos indicios de la hambruna que les iba a costar la vida a dos millones de personas, aparte de que también se estaba consolidando un sentimiento antibritánico que terminaría con la secesión de la República de Irlanda y una guerra civil en Irlanda del Norte que ha llegado a nuestros días. Y sin embargo, pese a que el desgarro social es evidente, lo decisivo para el relato es la brevísima relación del abolicionista con una criada adolescente que sirve en casa de su editor irlandés, y que se limita a unos pocos intercambios de palabras y a un apretón de manos que el ex esclavo intercambia con toda la servidumbre antes de seguir viaje. Ese gesto de fraternidad, y la imagen de hombre que ha sabido conquistar su libertad, son decisivas para la criada, que de pronto concibe la de otro modo inconcebible idea de escaparse a América en busca de una vida mejor. Debido a lo imperceptible de ese momento mágico en la trayectoria de una insignificante fregona, el lector debe hacer un esfuerzo considerable de reconstrucción para relacionarla  muchos años y muchas páginas más tarde con una madre coraje que participa como enfermera en la Guerra de Sucesión americana porque, dice, quiere estar cerca de su hijo de diecisiete años que se ha apuntado como voluntario no para luchar contra los estados esclavistas del sur sino para luchar. Sin más. Una vez que le entreguen el cadáver de su hijo, la madre coraje da un giro a su vida y tras casarse con un suministrador de hielo, tener seis hijos con él, perder a su marido y a dos de los hijos mayores, terminará viviendo con su hija pequeña, que andando el tiempo se convertirá en una periodista de cierta fama en Terranova, momento en que el relato enlaza con la carta y sigue encarnado en la voz de la hija fotógrafa, etc. No es una novela redonda, equilibrada y de una calidad uniforme. Ni mucho menos. Pero McCann a ratos entra por derecho propio en el Olimpo de los grandes narradores irlandeses que tantas historias fascinantes les quedan por contarnos.

 

Trasatlántico

Colum McCann

Traducción de Marta Alcaraz

Seix Barral

                         

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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