
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Fernández de Castro
Cualquier esfuerzo que se haga por mantener al Quijote a alcance de los lectores merece ser elogiado sin reservas. En esta ocasión, y de la mano de Acantilado, el que rompe una nueva lanza en favor del caballero de la triste figura es Francisco Rico, que lleva media vida peleándose en favor de la literatura del Siglo de Oro, y más concretamente de esta obra cumbre de la literatura española y universal.
En Tiempos del "Quijote" se reúnen una serie de artículos, conferencias, prólogos e incluso textos para el catálogo de una exposición o de una ópera. Obviamente algunos son difíciles de encontrar y se agradece encontrarlos todos juntos. Y como no podía ser menos, el lector no tarda en quedarse abrumado por la infinita riqueza de Cervantes. Puede ser una cuestión menor, como es la de la naturaleza del animal, burro, asno, jumento, pollino, borrico, rucio o lo que fuera que fuese lo que montaba Sancho y que le fue sustraído y milagrosamente devuelto de una edición a otra; o cuestiones de más calado, como el redescubrimiento en Europa de una novela que en España ya parecía haber terminado su recorrido, o la reciente reinterpretación del Quijote como paradigma de lo romántico (Anthony J. Close, un prestigioso hispanista británico que publicó en 1978 La concepción romántica del Quijote), el filón parece inagotable.
Por desgracia, los esfuerzos conjuntos de todos los hispanistas y la infinita sucesión de admiradores presentes y pasados no van a poder evitar un peligro imposible de soslayar, y me refiero al lento pero inexorable alejamiento del Quijote del mejor lector, es decir, el que se deja de historias y pamplinas, se sienta, abre el libro por la primera página y sigue impertérrito hasta el final. No me cabe la menor duda de al cerrar el libro habrá crecido prodigiosamente en edad y sabiduría, pero tampoco me cabe la menor duda de que se le habrán escapado la mitad de los contenidos que, en cambio, para un contemporáneo culto de Cervantes serían perfectamente cotidianos.
Para que no se diga que me las hago venir rodadas, abro al azar el Tomo I de la edición que el propio Francisco Rico hizo en 1998 para el Instituto Cervantes y que fue publicado por Crítica. Pongamos que me aparece el Capítulo XXVIII (ya que sale, también se está perdiendo la costumbre de numerar los capítulos, o citar los siglos, en caracteres romanos, lo cual nos aleja asimismo un paso más de Roma, nuestra raíz, y no le veo la ganancia). En ese capítulo se cuenta la historia de la bella Dorotea: van felicísimos y venturosos el cura, el barbero y Cardenio por la serranía cuando les llega un lamento inconsolable que proviene, al parecer, de un joven labriego que entre ayes y suspiros se está lavando los pies en un arroyo. Detallada descripción de unos pies desnudos que "parecían sino dos pedazos de blanco cristal que entre las otras piedras del arroyo se habían nacido". En el párrafo de apenas 15 líneas en el que Cervantes describe la vestimenta del joven, los editores se han creído obligados a introducir un montón de notas explicativas porque el descuidado pero suspirante labriego luce "un capotillo pardo de dos haldas [o sea una vestidura formada por dos paños unidos en los hombros] que traía muy ceñido al cuerpo con una toalla blanca"(?). "Traía ansimesmo unos calzones y polainas de paño pardo [especie de medias que cubrían también la parte superior del pie] y en la cabeza una montera parda [especie de gorra de paño con una visera pequeña]". Finalmente, antes de calzarse con toda honestidad [en la época los pies desnudos eran un signo de erotismo casi escandaloso] se seca "con un paño de tocar [que es un pañuelo que se ponía en la cabeza para recoger el cabello y aguantar el sombrero o el tocado]". Finalmente resulta que al quitarse el paño de tocar le caen sobre los hombros unos cabellos rubios tan deslumbrantes que "pudieran los del sol tenerles envidia". Es decir, que se trata no de un joven labrador sino de la bella Dorotea, que antes de contarles a los mirones su historia, dice: "Pues que la soledad destas sierras no ha sido parte para encubrirme, ni la soltura de mis descompuestos cabellos no ha permitido que sea mentirosa mi lengua, en balde sería fingir yo de nuevo ahora lo que, si se me creyese, sería más por cortesía que por otra razón alguna.". Y una vez aceptada la inutilidad de fingir más, procede a contarles la relación de sus desdichas.
En conjunto, sólo ese capítulo lleva 79 notas, algunas de ellas de alcance, como cuando Dorotea se dice hija de unos padres "humildes en linaje, pero tan ricos, que si los bienes de su naturaleza igualaran a los de su fortuna…", observación que remite a Aristóteles cuando éste señala la contraposición entre los bienes de la naturaleza (linaje) y bienes de fortuna (riqueza), una contraposición luego asumida por los estoicos…
Si a ello se añade que incluso con el esfuerzo de adaptar la grafía a los usos actuales no resulta fácil seguir los vericuetos del decir cervantino, queda claro el mérito de esfuerzos como el que lleva a cabo Francisco Rico en este libro (eso que suele calificarse de quijotesco, faltaría más). Pero es de temer que las filas de los desertores que se van a otras fuentes de diversión sin haberse dado la oportunidad de leer el Quijote va a seguir aumentando. Y es trágico.
Tiempos del "Quijote"
Francisco Rico
Acantilado