
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Fernández de Castro
Leonard Cohen estaba llamado a influir profundamente en sus contemporáneos durante la parte más agitada, creativa y variopinta del siglo XXI. Pero incluso un tipo como él puede tener una infancia vulgar, aburrida y desde luego no merecedora de que se le dediquen más de cien páginas de biografía. A no ser que la culpa sea de la biógrafa, Sylvie Simmons, y que ésta no haya sabido sacar partido de los veintitantos primeros años de la vida del futuro novelista, poeta, dibujante y cantautor. Si la autora no dijera de quién está hablan durante esas primeras cien páginas, podría estar contando una trayectoria atribuible a los millares de jóvenes norteamericanos y canadienses hijos de una confortable burguesía (en su caso unos industriales judíos de Montreal) que pagaron a sus hijos los mejores colegios y universidades y apoyaron sus primeras (y bastante bien acogidas) probaturas en el mundo de las letras. Ya digo: o el joven Leonard Cohen tuvo una infancia, niñez, adolescencia y primera juventud perfectamente anodinas o Sylvie Simmons no ha sabido sacarles partido, lo cual sería muy grave si luego, una vez que sale a la superficie el verdadero Cohen, la biógrafa ha preferido ir sobre seguro y no dejarse en el tintero ni uno solo de los facts en la vida de su biografiado en detrimento de la interpretación que cabe hacer de sus andanzas. Por suerte para ella, dichas andanzas son tan extravagantes, osadas, contradictorias y rompedoras que hablan por sí mismas. Dicho en otras palabras: el trabajo de Sylvie Simmons es muy meticuloso en el día a día y probablemente habrá de ser consultados por los próximos estudiosos de Cohen, pero la suya no es la biografía definitiva de Leonard Cohen.
Quien opte por saltarse las ciento y pico primeras páginas se encontrará con un Leonard Cohen que ha terminado sus estudios universitarios, tiene escritas o publicadas un par de novelas y, sobre todo, unos poemas que han logrado despertar la curiosidad y el entusiasmo de la crítica. Y que además le han valido una beca con la que de inmediato se ha trasladado a Londres. Y un día que le sorprende en la calle una persistente lluvia, se refugia en un comercio que resulta ser una agencia de viajes. El sol, las rocas y los cipreses de un poster griego le sirven de iluminación y por una serie de coincidencias a los pocos días desembarca en una isla griega que le han recomendado: Hidra. Allí va a encontrar dos regalos que le cambiarán la vida: el Mediterráneo y Marianne Ihlen, una mujer que le va a dar respuesta en el mismo terreno del que Leonard acabará siendo un experto (el amor sin compromiso, fundamentalmente el matrimonial) y en el que le va a ganar, pues al cabo de muchos años de abandonos y amoríos públicos con otras mujeres, será él quien se rinda y recoja velas dejando como testamento la canción "So Long, Marianne". En cuanto al Mediterráneo, no sólo conservaría durante muchos años la casita sin agua ni electricidad que compró en Hidra (y que perdió, como casi todo lo que ha tenido, a manos de una mujer) y no sólo aprendió griego para integrarse lo más posible en ese entorno que le permitió escribir algunas de sus mejores poesías y canciones, sino que a día de hoy sigue llevando en la mano el komboloi, ese rosario de cuentas ensartadas que en Grecia lo usan sobre todo los hombres con fines no estrictamente religiosos, ya que komboloi significa "piensa".
En cualquier caso, desde Hidra en adelante Leonard Cohen emprende un camino personal, que ya no se parece al que están iniciando millones de jóvenes de su edad. La suya es una búsqueda a tientas, progresivamente a ciegas y perfectamente detallada por su biógrafa. Una búsqueda que le permitirá topar, sin quedarse enganchado, con los beatniks (era una época en la que caminando por Nueva York podías cruzarte con un grupo de hare krishnas y que uno de ellos, cantando a voz en grito, fuese Gregory Corso), los hippies, la variopinta colección de drogas psicotrópicas o estimulantes que entonces se vendían sin receta en las farmacias, por descontado que el alcohol y la llamada "revolución sexual", Andy Warhol y su Factoría, el Hotel Astoria y sus enloquecidos compañeros de habitación, el vudú y el I Ching, la cienciología y todo el resto de movimientos, modas, inventos y soluciones que desde los años sesenta fueron surgiendo en paralelo al extraordinario desarrollo musical de aquella época. Aparte de su participación a fondo en la creación musical, de todas las restantes propuestas más o menos poco convencionales que le salieron al paso la que más hondo le caló fue el budismo, disciplina religiosa que todavía practica.
Soy tu hombre es de una exactitud milimétrica al dar cuenta del origen, desarrollo y suerte final de los álbumes y las canciones que los componían. Pero la figura de Cohen sigue siendo un misterio que va más allá de la simple relación de sus actos y que por lo tanto resta por desvelar.
Soy tu hombre
Sylvie Simmons
Lumen