
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Fernández de Castro
Ignacio Martínez de Pisón (Ed.)
RBA
Este libro reúne una treintena de relatos sobre la Guerra Civil española contados unas veces por actores o testigos directos de la misma y otras por quienes la vivieron indirectamente. Pero es algo más que una mera recopilación de cuentos con un tema común. Pese a los setenta años transcurridos desde que estalló el conflicto, la Guerra Civil española está muy lejos de haber sido superada, así como tampoco han llegado a cerrarse totalmente sus heridas. Y basta ver lo ocurrido con esa desdichada ley de Memoria histórica para ver hasta qué punto el tejido sensible continúa estando a flor de piel. En este sentido debe ser bien acogido cualquier libro que contribuya a ampliar el conocimiento de aquellos hechos y que permita entrar ráfagas de aire fresco en tan enrarecido ambiente. Y mucho más si se trata de un libro bien hecho y con una clara voluntad de calidad literaria por encima de ideologías y ajustes de cuentas.
El antólogo, Ignacio Martínez de Pisón, contaba con una ventaja para realizar su trabajo: si todo conflicto bélico suministra un material literario extraordinariamente valioso porque sus protagonistas viven y mueren sometidos a situaciones extremas, si encima se trata de una guerra civil la tensión emocional es todavía mayor por las excepcionales circunstancias humanas que afectan a los actores de uno y otro bando.
Pero al mismo tiempo, y hablando estrictamente desde el punto de vista del antólogo, en el caso concreto de la Guerra Civil española se da una circunstancia que no puede decirse que sea un inconveniente pero sí una dificultad añadida: la inmensa cantidad de material acumulada no surgió como resultado de una dialéctica equilibrada entre vencedores y vencidos. Bien es verdad que nunca ha ocurrido tal equilibrio porque el vencedor tiene por costumbre quedarse con todo, empezando por la épica de la victoria. Pero en el caso de España ese desequilibrio es tanto más notorio debido a que el bando ganador mantuvo intacta su intransigencia para con el vencido hasta el último día de sus (interminables) cuarenta años en el poder. Como resultado, quienes pertenecían al llamado bando nacional contaron con toda suerte de facilidades y apoyos para publicar sus testimonios bélicos mientras que los partidarios del gobierno republicano, dispersos por medio mundo y en unas condiciones de vida harto precarias, encontraron graves dificultades para dejar su propia visión de los hechos. Y en este sentido provoca auténtico dolor pensar en la cantidad de contribuciones valiosas que se habrán perdido para siempre o que andarán acumulando polvo en bibliotecas públicas y archivos particulares de acceso imposible.
La situación de desequilibrio y parcialidad era tan patente que hace aún más meritoria, a la par que justa y necesaria, la clara voluntad por parte del antólogo de ofrecer una visión global del conflicto. Y lo que es todavía mejor: porque es novelista, Martínez de Pisón es muy consciente del diálogo que los relatos van entablando en la mente del lector, no muy diferente de lo que ocurre con los capítulos de una novela, y de ahí que, a la hora de seleccionar y ordenar el material de que disponía, haya seguido varios criterios: porque buscaba que el libro tuviera un carácter verdaderamente global, los autores seleccionados lucharon indistintamente en uno u otro bando, o bien vivieron la guerra desde perspectivas contrarias. Tal es el caso de Ramón J. Sender, Mª Teresa León o Arturo barea, todos ellos conocidos republicanos que pagaron su pertenencia al bando la legalidad vigente con largos años de exilio, o bien Miguel Delibes, López Anglada o García Serrano, cuya implicación con el bando vencedor fue muy diversa. Y para acentuar ese carácter global, el orden responde a un criterio cronológico, no con respecto a la fecha en que fue escrito cada relato sino al momento en que tiene lugar la acción, lo cual permite ir viviendo el desarrollo del conflicto entre julio de 1936, fecha de inicio del golpe de Estado de Franco, y abril del 1939 en que la guerra se dio oficialmente por acabada. El orden de aparición responde también a criterios geográficos, sociológicos, regionales y culturales, pues algunos fueron escritos originariamente en gallego, euskera o catalán; unos son netamente urbanos y otros rurales, en algunos predomina el aspecto puramente bélico del momento mientras que en otros destaca el carácter humano de la situación.
Cabe decir que el tiempo transcurrido desde aquella guerra ha obrado un efecto claramente benéfico en lo que respecta al aspecto literario. Una vez temperadas las pasiones – fundamentalmente en lo que se refiere al propio lector – las ideologías y los afanes reivindicativos o propagandísticos han desaparecido casi por completo y los relatos de valoran por lo que son, y los que estaban bien escritos han resistido mejor el paso del tiempo que los malos, como debe ser.
Sin embargo, y partiendo de la base de que una antología nunca es del todo justa con los posibles elegidos – entre otras razones porque es materialmente imposible dar cabida a todos – llama la atención la ausencia radical de un hombre como Juan Benet, probablemente el autor español de la posguerra que más páginas haya dedicado a la Guerra Civil, hasta el extremo de que ésta figura como trasunto de sus narraciones incluso cuando no son directamente bélicas. A pesar de lo cual su nombre no aparece ni siquiera citado en el prólogo. Y es una pena porque Partes de guerra es un libro muy completo y de gran calidad, y por un poco más no le hubiera costado nada incluir un guiño a Juan Benet.