Javier Fernández de Castro
Álvaro Cunqueiro
Hubo una época en España -pongamos que fuera allá por las décadas de 1960 y 1970- en que resultaba casi imposible confeccionar un menú literario si el ingrediente Cunqueiro no figuraba en alguno de los platos elegidos.
Más adelante, cuando la dictadura se ablandó y empezaron a entrar autores extranjeros antes prohibidos, o aquí tuvieron lugar fenómenos como el boom de la novela latinoamericana y sus consecuencias, Álvaro Cunqueiro y otros de sus contemporáneos se fueron adentrando poco a poco en el limbo de los escritores con más prestigio que lectores.
La magnífica edición que la Biblioteca Castro presenta ahora de sus obras literarias va a permitir (re)descubrir a un hombre que fue poeta, novelista, colaborador infatigable de toda clase de periódicos y revistas, dramaturgo, gastrónomo, autor de guías y practicante de todo el resto de oficios que acaba ejerciendo en la edición y el periodismo quien pretende vivir de la pluma. Por lo tanto, sería excesivo esperar de un hombre que antes de desayunar a lo mejor ya se habría despachado a vuelapluma 15 o 20 páginas de encargo, que sus obras completas ofrezcan una calidad excelsa y sin altibajos.
En razón de lo cual, y en lo que a esta edición se refiere, quizás no sea mala idea intentar una primera aproximación mediante obras como Tertulias de boticas prodigiosas y escuela de curanderos, La otra gente o Las historias gallegas, esto es, una colección de narraciones breves, semblanzas y retratos populares, un terreno en el que él se sentía cómodo y libre, y que permite entrar de lleno en el Cunqueiro vivaz e imaginativo, enormemente culto y un punto surrealista, o al menos con el descaro suficiente para pretender colarte como veraz la historia del hombre que volvió con figura de cuervo para impedir con sus graznidos que su viuda vendiera unas tierras, pero también el extraño caso del portugués que se encarnó en el zapato que le sobraba a un cojo, o el ojo clínico del curandero/veterinario capaz de diagnosticar -sin ni siquiera bajarse del tren- la causa de que a una cerda el aliento le oliera a rayos.
Quien salga reconfortado de esa primera toma de contacto y continúe con ganas de adentrarse aún más en Cunqueiro, hará bien en proseguir con obras como Merlín y familia, Las crónicas de Sochrante o Cuando el viejo Simbad vuelva a las islas, que son novelas, salvo que no tradicionales porque en ellas Cunqueiro se vale de alguna figura relevante (por ejemplo Merlín y Simbad) o un lugar (Sochrante) para ofrecer un marco unitario a una serie de narraciones (aquí llamadas capítulos) que tienen principio y fin en sí mismas y que están más o menos emparentadas entre sí. En las restantes de las llamadas obras mayores, El hombre que se parecía a Orestes, Las mocedades de Ulises, Flores del año mil y pico de ave, Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca o El año del cometa con la batalla de los cuatro reyes, etc, la forma novela tradicional se alterna con la reiterada afición de Cunqueiro por las narraciones cortas y acumulativas, aparte de que si le da por ahí no desdeña en meter una pequeña pieza de teatro.
Y lo que se irá leyendo podrá atrapar más o menos al lector, pero en comparación con la clase de prosa que hoy en día se estila, la de Cunqueiro deslumbra por su limpieza y su precisión, y el riquísimo uso del castellano: sea cual sea la ocasión, o el ambiente que esté describiendo, el lenguaje se adapta a lo narrado, y por descontado que los objetos, las prendas de vestir y aun los sentimientos son los adecuados a cada situación. Con todo lo cual me parece estar queriendo rendir un modesto homenaje de admiración por el magnífico oficio de aquellos viejos escritores que parecían no dar una sola línea por perdida o que luchaban a muerte por obtener el dato preciso. Un ejemplo es Baroja escribiendo al secretario de un ayuntamiento para que le confirme si desde la plaza de su pueblo se ve un monte determinado, o el propio Joyce pidiendo a la tía Josephine que fuese a comprobar si era cierto que había una mercería allí donde él la ponía en su Ulises. En el caso de Cunqueiro se da el valor añadido de que se movía con idéntica soltura por la Galicia rural que en la Grecia clásica, en la Bretaña medieval o en la Italia renacentista. Y hará mal quien no aproveche esta ocasión para enriquecer su biblioteca y, de paso, su espíritu.