Clara Sánchez
Sinceramente creo que en el aula, al nivel que sea, hay que enseñar a leer y que no hay que atraerse al lector a cualquier precio. Nuestra vida está rodeada de libros: librerías, kioscos, los regalan con los periódicos. Nos los ponen en las manos. Se puede leer lo que se quiera y lo que impone el libro-contagio. Hoy en día, en cualquier casa, por poco intelectual que sea la familia, habrá una colección de novela negra, otra de aventuras y libros que ni se sabe cómo han llegado. Por eso me parece esencial que el aula ofrezca lecturas que de otra manera se nos habrían escapado. Al contrario de lo que piensa mucha gente (por considerarlo disuasorio para el delicado lector), creo que el colegio, el instituto, la universidad tiene que ofrecerle al estudiante el Lazarillo, el Quijote, la Celestina, Garcilaso de la Vega, Las Rimas de Bécquer, Los episodios nacionales y todos esos libros y autores que de otra manera no conocería. El reto consiste en cómo presentarlos, como amigos cercanos o como momias, como materia de examen o como ese lugar donde al chico o chica le van a contar lo que no le cuenta la televisión, lo que ni siquiera el cine se atreve a contarle.