
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Fernández de Castro
Se trata de una colección de cuentos, doce en concreto, que al menos en apariencia no presentan ardides ni buscan paliativos. Quiero decir que no tienen una temática común subyacente, ni un estado de ánimo único o un propósito que permita considerarlos un ciclo, ni tampoco sospechar la existencia de un metalenguaje unificador o cualquier otra argucia destinada a esconder lo que son, o sea, una colección de narraciones cortas que empiezan y terminan en sí mismas y cuyo ritmo, estilo y longitud se adaptan en cada caso a las necesidades que impone lo narrado, razón por lo cual se trata de unos relatos perfectamente tradicionales y ajustados a las leyes del género.
Unos cuantos de ellos tienen por escenario la Europa antes llamada del Este y ocurren justo antes o después de la caída del comunismo, aunque los hay ambientados en Barcelona u otros lugares cuya identificación carece de importancia. Por lo general están escritos en tercera persona, pero la persona del escritor está siempre presente por si es preciso echar una mano si la trama se enreda en exceso o si conviene dar un salto temporal y espacial. No he realizado un recuento minucioso pero la impresión que queda después de la lectura es que los personajes son estrafalarios, desesperados, cómicos dentro de su trágica existencia y perfectamente cercanos y reconocibles. Ello a pesar de que el autor no hace el menor esfuerzo para que parezca que está haciendo el retrato de una época o una galería de singularidades.
Y en cuanto a los relatos en sí, los hay profundamente cómicos, como el de los dos descerebrados que se valen (sin permiso) de la casa de los padres de uno de ellos para montar una granja cinegética clandestina y en la que pretenden cazar osos. Hay relatos de evocación, como "El chino de la foto", en el que a partir de una foto de clase surge el retrato de una generación y un montón de historias minimalistas, más adivinadas que descritas. Pero tampoco falta eso que antes se llamaba "experimental", y me refiero al último relato, el que da nombre a la colección, "Noche sobre noche" y que puede ser considerado así porque el autor se vale reiterativamente de un recurso técnico para agilizar un relato en primera persona que en realidad lo está contado una voz interpuesta y no identificada.
A todas estas creo que ya va siendo hora de dejar claro que se trata de unos relatos muy bien escritos y que ponen de manifiesto dos circunstancias: una, que haciendo camino a su aire, es decir, sin estridencias ni golpes de efecto, Ignacio Vidal-Folch se ha convertido en un escritor sólido y eficaz, irónico y capaz de manejarse con soltura en toda clase de situaciones y con técnicas muy dispares.
La otra circunstancia que pone de manifiesto la calidad de Noche sobre noche es la gran y generalizada equivocación que entre todos hemos provocado en torno a los relatos. Los editores no quieren ni oír hablar de ellos porque, aseguran, no se venden. Los escritores evitan escribir cuentos y cuando les sale uno que no está mal prefieren alargarlo como sea hasta convertirlo en una novela. Dada la rutina que impera en los despachos de tantas editoriales, un relato artificialmente estirado y repleto de parches y remiendos tiene más probabilidades de colar como "novela" que si lo despojas de los añadidos y lo llamas "cuento". En cuyo caso, si los editores no publican cuentos porque no se venden y los escritores no los escriben porque luego cuesta Dios y ayuda colocarlos, el resultado es que entre unos y otros hemos logrado que el género esté justamente desprestigiado y en plan cenicienta, por lo cual los lectores – que no siempre son tan incurablemente imbéciles como se piensa – sueltan de inmediato el ejemplar que están hojeando en la librería así que ven la palabra "cuentos". Y cuánto se equivocan, unos y otros, pues sólo se necesita echar una ojeada a las librerías anglosajonas para comprender lo que es un género saludable y en plena expansión. Y si alguien cree que las librerías anglosajonas le caen a desmano, puede probar a leer Noche sobre noche. Y a ver qué pasa.
Noche sobre noche
Ignacio Vidal-Folch
Destino