
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Fernández de Castro
Lo primero que se dice en el Preámbulo es que Mil años de poesía europea es una antología dirigida a quienes no son lectores habituales de poesía. Por lo tanto el lector ideal es aquella persona dotada de curiosidad literaria pero que sólo de cuando en cuando se acerca a la poesía quizá porque – para cerrar el círculo – tampoco tiene a mano los libros que le permitirían hacerlo. Y que no son pocos. Contando libros de referencia, recopilaciones (tipo Romancero general) y títulos individualizados de cada autor, ese supuesto lector no especializado debería tener acumulados en su biblioteca en torno a un millar de libros sólo para satisfacer su curiosidad si acaso un día le diera `por averiguar a qué se debe tanta fama como todavía enaltece a la Chanson de Roland o cómo suena el tan alabado Georg Trakl. Aparte de que, para estar a la par con la presente antología, debería tener guardadas asimismo obras de gente tan poco habitual incluso en bibliotecas cultas como Wyslawa Szymborska, Pierre Réverdy o Umberto Sabra. O qué decir de autores otrora tan venerados como Ronsard, Ausiàs March o Michelle Marullo.
Con sólo ojear con cierto detenimiento el índice se observa que al antólogo e impulsor de todo el proyecto, Francisco Rico, se le han planteado de antemano dos problemas que de hecho son comunes a toda antología. Puestos a seleccionar, el peor problema es decidir a quienes se deja fuera, pues justificar la presencia de este o aquél resulta relativamente sencillo. Sobre todo en comparación con las razones a esgrimir para explicar por qué prescindes de una determinada figura nacional y en cambio le das voz a otra, quizás menos conocida. El segundo problema, directamente ligado con el anterior, es el del número de poemas que seleccionas de cada seleccionado. Es de suponer que Francisco Rico y su colaboradora, Rosa Lentini, habrán puesto todo su interés y sabiduría a la hora de buscar lo mejor – o lo indispensable – de cada cual. Y si aún así esta antología ocupa casi 1.300 páginas, es fácil imaginar lo que hubiera pasado caso de mantener un criterio algo laxo y haberse dejado llevar por el mero gusto personal. Obviamente, a todo antólogo se le plantea la disyuntiva de incluir muchos autores, a costa de poner unos pocos poemas de cada uno, o endurecer los criterios de selección y en cambio ofrecer una muestra más lucida del quehacer poético de cada cual.
A la hora de resolver uno y otro problema se ha recurrido a la mejor solución posible, es decir, basarse en la experiencia, la profesionalidad, la intuición y la vastísima cultura literaria de Francisco Rico, un hombre que a estas alturas de su prolongada carrera académica y divulgativa ha dado pruebas suficientes de su criterio y solvencia. O dicho en otras palabras, que se trata de un trabajo profundamente personal y en el que priman los criterios creativos por encima de cualquier otro. Y ello se deja ver de inmediato en el orden elegido para la presentación del material seleccionado. Aunque hay un respeto histórico evidente, la intención última es mostrar la evolución del lenguaje poético desde sus inicios (esas tan deliciosas como asombrosas "Canciones de mujer" de los siglos XI y XII) hasta la actualidad. Y aunque las técnicas de uno y otro no tengan nada que ver, como lector no he podido dejar de recordar (y correr a repasarlo una vez más) ese prodigio de la creación literaria que es Mímesis, de Erich Auerbach, y cuya lectura recomiendo de inmediato a toda persona mínimamente interesada en la literatura y que tenga la suerte de no haberlo leído aún. Si en el caso de Auerbach el objeto de su investigación era la imitación de la realidad por parte del narrador (una fascinante pesquisa que empieza con Homero y termina con Wirginia Woolf y compañía) en la obra de Rico lo que se puede seguir casi paso a paso es la capacidad expresiva de la poesía, y que vendría a dar la razón a Octavio Paz cuando concibe ésta como "palabra en el tiempo" , es decir, una voz que resuena siempre, igual a sí misma y reconocible con independencia de cuándo fue lanzada al viento. O es que acaso no resulta perfectamente reconocible este quebranto:
Que te quites de mi puerta, que mejor me viera muerta.
Triste, el día que te amé.
Que te quites de mi puerta y que vayas por tu vía,
Que por ti estaría muerta y no lo lamentarías,
Vete, mozo, que te vayas, hazme esta cortesía,
Vete para no volver.
Que en este caso la voz corresponda a una mujer cuyo amor fue agraviado quizás en el siglo XII carece de importancia frente a la capacidad expresiva del decir poético. Y de eso van estos Mil años de poesía europea.
Mil años de poesía europea
Francisco Rico
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