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Javier Fernández de Castro

Si un historiador logra aunar la seriedad y el rigor que cabe exigirle a un hombre de ciencia con una pluma ágil y certera, el lector puede felicitarse y dar por seguro que le aguardan muchas satisfacciones durante la lectura. John Julius Norwich ya había dado pruebas suficientes de esas cualidades en dos libros que no deberían faltar en ninguna biblioteca mínimamente equipada: uno de ellos lo dedicó a la historia de Venecia y el otro a la huella de los normandos en Sicilia. Cada cual a su manera son dos veras joyas. Y quien desee saberlo todo sobre Bizancio tiene a su disposición una trilogía dedicada al nacimiento, el  apogeo y la caída del imperio nacido en el siglo IV como escisión del Imperio romano y que se mantuvo como potencia mundial hegemónica hasta la Caída de Constantinopla en  1453. La avasalladora irrupción de los otomanos por Oriente y el descubrimiento de América en extremo opuesto del mundo propició que Occidente ya no tratase de recuperar su otra mitad, acertadamente descrita como “la síntesis de la cultura helenística y de la religión cristiana con la forma romana de Estado». Lógicamente la institución que a la larga se benefició más de ese cambio geoestratégico fue la Iglesia católica, que llevaba ya unos cuantos siglos maniobrando diplomáticamente para resucitar –y en lo posible manipular– el imperio romano anteponiéndole el calificativo de “sacro”.

                De cara al lector honesto, que se acerca a un relato histórico con el legítimo propósito de aprender, John Julius Norwich sumaba dos hándicaps importantes: uno, su condición de hijo del imperio británico, pues ya se sabe que una de las bazas para su propia cohesión inicial fue su rechazo frontal del papado. Y otro, como honestamente advierte el propio Norwich en el prólogo, su condición de protestante agnóstico, una posición ética y estética que no resulta en absoluto baladí para quien se propone escribir la historia de unos hombres, los papas, que nacieron de un magma de 22.000 gropúsculos religiosos que se decían cristianos (el dato es de Norwich) y que para asentarse y afirmar su primacía tuvieron que ir perfilando unos dogmas difíciles de ser analizados con objetividad por un no creyente, y ahí están, entre otros, los dogmas de la Inmaculada Concepción, la Asunción de la Virgen, la doble naturaleza divina y humana de Jesucristo o toda la carga ideológica y  teológica que conlleva la obligatoria aceptación de la infalibilidad de los papas.

                Para solventar ese y los otros muchos problemas que planteaba el propósito de contar la historia de los papas, desde Pedro hasta Benedicto XVI , es decir más de 300 aunque el cómputo varía de unos autores a otros debido a las repeticiones, los cismas, las excomuniones de unos contra otros e incluso si se acepta o no la inclusión de una papisa, John Julius Norwich ha escogido la única opción posible: una campechana y benevolente ironía que le permite, por ejemplo, dar noticia de un sucesor de Pedro llamado Juan XVIII (el primero, no el llamado “buen papa Juan” que gobernó en pleno siglo XX sino el original, un ciudadano de 1400 al que Gibbon calificaba de gran estratega y diplomático porque al ser finalmente depuesto por sus desafueros, logró que le retirasen los cargos más escandalosos  y que lo juzgasen únicamente por “piratería, asesinato, violación, sodomía e incesto”. A tales minucias Norwich le añade “un preocupante número de monjas violadas”. Obsérvese la ironía, pues no especifica cuántas monjas podría haber violado sin que llegara a ser una práctica “preocupante”.  

                Es misma actitud entre benevolente e irónica permite a Norwich lidiar con las peripecias de unos “príncipes de la Iglesia” que al fin y al cabo no eran muy diferentes a sus  congéneres laicos, con la única diferencia de que si éstos solo debían ocuparse de los asuntos de este mundo, los sucesores de Pedro debían poner orden también en el Más Allá. No es un libro que merezca ser reservado para leerlo de una sentada durante unas vacaciones, pero sí es un gran complemento informativo cuando al lector le interese una determinado periodo histórico: la fundación, la consolidación de Romo coma capital de la cristiandad,  el Cisma, la Revolución francesa, etc.  Cualquier cosa  que haya pasado en el mundo durante los últimos 2000 años, siempre habrá un papa por allí en medio.

 

Los papas. Una historia

John Julius Norwich

Prólogo de Antony Beevor

Traducción de Christian Martí-Menzel

Reino de Redonda

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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