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La isla de los santos

Eder. Óleo de Irene Gracia

Javier Fernández de Castro

El régimen que durante cuarenta años lideró el general Franco dio muestra de una estrechez de miras tan sañuda que la mitad (por poner una cifra) de los intelectuales españoles tuvo que buscar la salvación fuera de España. Esa diáspora cultural fue una tragedia personal para los exilados y una pérdida incalculable para un país como España, que nunca ha estado sobrado de mentes pensantes.

 

Sin embargo, si Franco  y sus servidores merecen la más severa de las censuras por su cerrilismo intelectual, sus herederos no somos menos culpables y resulta incomprensible que un ministerio tan inútil y falto de contenidos como es el de Cultura no haya sido íntegramente dedicado, desde la llamada restauración democrática, a la nacionalización, repatriación o como quiera llamarse a la labor de recuperar la obra  de aquellos intelectuales vergonzosamente obligados a huir y que en gran parte  permanece dispersa por las bibliotecas y hemerotecas de los países que tuvieron la generosidad de acogerlos y ofrecerles trabajo. Esa labor de recuperación ha quedado en manos de la iniciativa privada, que suple a base de entusiasmo y trabajo la absoluta y, repito, incomprensible falta de apoyo oficial.

Tal es el caso de La isla de los santos que ahora publica la editorial Igitur gracias en gran parte a la labor realizada por Laura Baeza, diplomática y nieta del autor, Ricardo Baeza. Este, nacido en 1890 en Bayamo, Cuba, y muerto en Madrid en 1956, fue un traductor, editor, periodista, promotor  teatral, cronista y diplomático que desarrolló gran parte de su fecunda labor intelectual en la década anterior a la Guerra Civil. Su inequívoca adscripción a la causa republicana, sobradamente puesta de manifiesto en sus colaboraciones en periódicos como El Sol y revistas como La Gaceta Literaria o Revista de Occidente, y su cargo diplomático en Chile justo antes del golpe de Estado de Franco hicieron de él un candidato idóneo al exilio de por vida. Pudo volver a España pocos años antes de su muerte pero sumido en el más absoluto anonimato.

La Isla de los santos es una recolección de las crónicas que Ricardo Baeza publicó en El Sol relatando un viaje de varios meses a Irlanda cuando estaba a punto de estallar allí la guerra civil que a la postre supondría la (casi total)  independencia de la República irlandesa. Lo primero que llama la atención de estas crónicas es su calidad literaria. En su momento recibieron el aprecio de los lectores (ventas) lo cual es un mérito cuando dichos lectores estaban acostumbrados a un género como el de la literatura de viajes,  brillantemente  practicado entonces por hombres de la talla de Luis Oteyza (andanzas  por Oriente), Luis Araquistáin ( Estados Unidos) o Manuel Chaves Nogales ( URSS). Destacar frente a ellos era toda una hazaña.

Junto a la gran calidad del texto merece destacarse la claridad en  la exposición de una situación enrevesada, dramática y extremadamente dolorosa que enfrentaba a dos naciones (Inglaterra e Irlanda) por las que el cronista sentía gran admiración y aprecio, pero que se estaban desangrando mutuamente ante la mirada consternada del viajero. Esa capacidad de mantener la serenidad de juicio ante una situación desquiciada resulta asimismo muy notable a la hora de tratar el tema del nacionalismo, pues si debía ser condenada sin paliativos la brutal política de castigo llevada a cabo por una mentalidad ultranacionalista como era la del imperialismo británico, no menos reprobables eran los excesos que, como respuesta, estaban llevando a cabo los nacionalistas del Sinn Fein. Su intento de mantenerse ecuánime acabaría costándole ser reprobado por ambos bandos.

Si los numerosos textos firmados por Ricardo Baeza merecen ser puestos al alcance de los lectores actuales, éstos deberían agradecerle otro aspecto de su quehacer intelectual, pues aunque no lo sepan, se están beneficiando indirectamente de la labor que él llevó a cabo entonces. Y me refiero a su actividad como traductor. Más que un trabajo, Baeza entendía la traducción como un vínculo que permitiría a la literatura española ponerse a la par de la europea, y ahí está su  labor pionera con autores como Maeterlinck, D´Annuzio, Oscar Wilde o Marcel Schwob, por no hablar de su excelente versión de Los cantos de Maldoror, de Lautréaumont, todos ellos a disposición de los lectores españoles desde los años veinte.

 

La isla de los santos. Itinerario en Irlanda

Ricardo Baeza

Ígitur

 

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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