Javier Fernández de Castro
Fernando Marías, Editor
451 Re:make
En contra de lo que pueda pensarse, aceptar escribir una pieza de género no es del todo como encerrarse voluntariamente en una jaula cuyas dimensiones quedan marcadas por los límites que imponen las leyes del género en cuestión. Cierto que hay fronteras y servidumbres, pero quien aprende a jugar con ellas tiene libertad absoluta de movimiento. Y ello es cierto incluso cuando el editor dice específicamente cuál es el tema sobre el que debe versar el escrito y deja con ello muy claras las reglas de juego.
La antología de cuentos sobre el Hombre Lobo que presenta ahora Fernando Marías es un buen ejemplo de esa libertad a la que antes aludía. Difícil será encontrar -al menos en el área de influencia de la literatura occidental- una persona que no sepa qué les pasa a determinadas personas las noches de luna llena, y el tipo de consecuencias que cabe esperar si queda en libertad la bestia que esas determinadas personas llevan dentro. Por lo tanto, si a una persona le seduce la propuesta de Fernando Marías y se lleva el libro a casa, si una vez en su sillón de lectura favorito lo abre por el principio del primer cuento y lee: "Cuando vieron a la pelirroja llevarse las manos al vientre, gritando…", lo normal es que el lector se diga a sí mismo:"Ya empezamos". O sea: se ha puesto en marcha el conocido mecanismo convencional que sustenta la literatura de género. El narrador sabe que el lector sabe y ello permite establecer un fascinante juego de espejos en el que "realidad" y "ficción" dejan de tener sentido. "Si tanto grita la pelirroja, llevándose las manos al vientre -piensa el lector mientras se adentra en la lectura- es porque lleva allí algo malo, una mala semilla, una desgracia horrible." Salvo que puede ser cierto o no, porque el narrador tiene libertad de juego total. Nadie le va a pedir cuentas enarbolando el espantajo de la verosimilitud. Es como si un racionalista enfermizo va a ver una película de los hermanos Coen y se dedica a señalar en voz alta todas las incongruencias y despropósitos van ocurriendo en la pantalla. Inevitablemente, los demás espectadores lo obligarán a salir de la sala a patadas, pues ellos han ido a buscar allí justamente las incongruencias y despropósitos que con el señuelo de la violencia les van a soltar los Coen.
Y ahí, justamente, en esa libertad creativa, es donde radica la responsabilidad del cultivador de la literatura de género. Salvo por lo de las noches de luna llena y el horrible nacimiento de la bestia que algunos llevan dentro, el narrador de cuentos de hombres lobo tiene libertad absoluta de creación, y los únicos límites reales serán su talento, su inventiva o su capacidad para mantener la atención del lector.
En el caso de Hombre Lobo, que reúne relatos de ocho narradores muy distintos, el resultado es desigual. A mí, personalmente, me han interesado las propuestas de Pilar Pedraza, Santiago Roncagliolo y Raúl Argemí. De la primera resulta atractivo el tono de cuento de hadas pese a que la historia sea -como corresponde- trágica. De Roncagliolo hay que destacar su habilidad para orquestar un encuentro entre la protagonista y un hombre lobo "de verdad" en la Barcelona actual, mientras que Argemí ha optado por recurrir al relato épico, con estancias y estancieros, caballos, cabalistas y persecuciones, las canónicas noches de luna llena y lo rumores que van pasando de unos a otros como maldiciones.
Pero al citar esos tres cuentos no estoy priorizando ni poniendo aprobados y suspensos. Loado sea el cielo. Incluso es perfectamente posible que algún lector de estas líneas haya leído ya la antología que ahora comento y esté moviendo la cabeza con escepticismo mientras piensa: "pobre mentecato. No se ha enterado de nada y ha ido a escoger precisamente los peores". Por qué no. La literatura es como un mercado: cada cual acude a ella en busca de lo que necesita y se lleva a casa aquello que más se parece lo que buscaba. O incluso algo mucho mejor de cuanto esperaba encontrar. En cualquier caso, la lectura es un acto íntimo y personal, y allá cada cuál.