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El país donde florece el limonero

Javier Fernández de Castro

El lector se quedará algo desconcertado cuando descubra en el mismo prólogo, es decir, antes incluso de haber entrado en materia, que nunca ha comido una naranja como debe ser. Porque, amigo mío, para  comer una naranja como es debido hay que respetar el ritual que sigue cualquier cultivador experimentado y que se cumple así: “[El cultivador] primero sujeta el fruto en la palma de la mano, con el tallo hacia arriba. Luego hace un corte horizontal para dividirlo exactamente por la mitad. El jugo de una naranja recién cogida es abundante, incontenible y su aroma estalla en el aire. Arroja la mitad superior sobre la crecida hierba porque, en la naranja, el zumo y la dulzura se concentran en la parte inferior, lo más lejos posible del tallo. Luego corta una rodaja y pinchándola con la hoja de la navaja la ofrece por la parte sin filo”. Es de temer que este ritual no acabe de funcionar con una de esas naranjas de supermercado que a lo mejor lleva meses en una cámara frigorífica. 

            Al principio de su vida profesional Helena Attlee acompañaba a turistas británicos y del norte de Europa a visitar los parques y jardines de las villas aristocráticas de la Toscana. Hoy, treinta años después, sigue haciendo lo mismo, pero su campo de acción se ha extendido a todo Italia desde el lago de Garda, al pie de los Alpes, hasta la ciudad siciliana de Siracusa, con especial énfasis en la variedad sanguina que crece en las laderas del Etna y cuyo peculiar color sangre se lo debe al frío y no al calor del cercano  volcán. Da la sensación de que Helena Attlee lo sabe todo acerca de los jardines (de hecho tiene cuatro libros dedicados a la historia cultural de los jardines de Italia y de medio mundo) pero a lo largo del tiempo ha desarrollado un asombroso conocimiento acerca de los cítricos en general y de los limones en particular y ella misma refleja su pasión por ese fruto que es al mismo tiempo infinitamente precioso y gratuito porque de esa forma todo el mundo puede disfrutar de él. O por decirlo en palabras de Eugenio Montale, “aquí tocca anche a noi  poveri la nostra parte di ricchezza/es é l’odore dei limoni” (‘aquí también nos toca a los pobres nuestra parte de riqueza/y es el olor de los limones’).

            Pese a su título, El país donde florece el limonero es mucho más que un tratado sobre los cítricos. A ratos es un libro de viajes, pero también una investigación  sobre el origen y la evolución de los cítricos actuales (la mandarina de China, el pomelo de Malaysia, el limón de los Himalayas y sus complicados y fascinantes vericuetos seguidos antes de confluir en nuestras mesas); también hay intrigantes excursos por diferentes vertientes de la horticultura o una curiosa visión de la vida cotidiana y las costumbres de unos aristócratas del Renacimiento a quienes les dio por cultivar, injertar, multiplicar y crear extrañas variedades (frutas “preñadas”, con dedos, con pechos) pese a vivir en latitudes frías e inhóspitas, muy alejadas de un medio tan  amable y acogedor como puedan ser la costa amalfitana o las soleadas laderas de la Conca d’Or palermitana.  

             Pero sobre todo es un libro que festeja el sol, la luz, el olor y los sabores, casi siempre contra un fondo mediterráneo, todo ello envuelto en un lenguaje agradablemente cálido, sensual y evocativo. Helena Attlee es una de esas personas entusiastas que encima tienen la virtud de trasmitir su entusiasmo incluso donde en apariencia no hay nada digno de resaltar. Véase por ejemplo, su forma de informar que en la Biblioteca Británica de Londres se puede consultar  un ejemplar de Hespérides, un tratado escrito por un jesuita del siglo XVII  llamado Giovanni Batista Ferrari e ilustrado por Cornelius Bloemaert, cuyos grabados  pasan  por ser una obra clave en la historia de la ilustración botánica. Según Helena Attlee, una vez abierto  ese ejemplar, “al ver los grabados se siente el peso de la fruta en la mano, la textura de la pìel contra los dedos y, si se es afortunado, se experimenta algo de la pasión que despertó entre los coleccionistas de cítricos”. Quien, al terminar de leer ese párrafo no sienta la imperiosa necesidad de comprar de inmediato un pasaje a Londres para presentarse en esa biblioteca nada más aterrizar en  Heathrow, es un tibio de corazón.

            Inevitablemente, hay aspectos de los cítricos que son bien conocidos, como su capacidad para  curar el escorbuto o su utilidad en campos tan variados como la medicina, los perfumes (qué decir de ese humilde árbol llamado bergamota literalmente repleto de aceites esenciales) o el paisajismo. Pero hay muchos otros aspectos relacionados con ellos y casi desconocidos pero que la autora no se olvida de mostrar, por ejemplo ofreciendo numerosas recetas culinarias en las que incluye incluso el proceso de elaboración del plato o la salsa. El libro se completa con una sección final titulada “Lugares para visitar” que enumera los principales parques y jardines italianos abiertos al visitante, pero también museos, viveros, granjas, restaurantes e incluso fiestas en honor de los cítricos. Todo un hallazgo.

 

El país donde florece el limonero

Helena Attlee

Traducción de María Belmonte

Acantilado. 

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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