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Bajas esferas, altos fondos

Eder. Óleo de Irene Gracia

Javier Fernández de Castro

Se puede recurrir a los sólidos argumentos tantas veces expuestos en relación a la subjetividad de todo juicio. O se puede atajar con el castizo (pero muy certero) "más vale caer en gracia que ser gracioso". Por ambos caminos se llega a expresar con bastante precisión la impresión que produce en el lector la lectura de cualquier obra de Jesús Pardo. Sus relatos autobiográficos  (Autorretrato sin retoques (1999), Memorias de memoria (2001) Borrón y cuenta vieja (2009))son uno de los ajustes de cuentas con el pasado de todos nosotros más lúcidos y despiadados de la literatura del siglo XX. Ahí no queda nada en pie, como si siempre hablase en serio. Y sin embargo, por detrás de tanta ferocidad y poca paciencia con las idioteces humanas hay un fondo de bonhomie que lo hace simpático e incita a seguir leyendo, quizás porque maneja el lenguaje con  gran soltura y eficacia (que escribe bien, vaya). Y quizás porque es ecuánime en sus apreciaciones y dice lo que cree que es justo decir, incluso cuando habla de (o contra de) sí mismo.

Bajas esferas, altos fondos, la novela que ahora reedita editorial Funambulista no se parece mucho a sus memorias. Es ficción, pese a que en el momento de su primera aparición (2005) a muchos lectores de entonces les divirtió  tratar de identificar a los personajes que pululan por Londres, Escocia y Madrid, algunos porque son perfectamente reconocibles (como Franco) y la mayoría porque se corresponden casi fotográficamente con la fauna que se apretujaba en las ya de por sí prietas filas del franquismo inmediatamente anterior a la irrupción del Opus Dei y el turismo. Concretamente, la embajada de España en Londres y los políticos que pasaban por allí manejando a su antojo al puñado de corresponsales españoles maniatados por las  numerosas censuras que funcionaban en paralelo,  Jesús Pardo los conoce bien de su época de corresponsal en Londres y por lo tanto puede hablar de ellos con tanta solvencia que parecen retratos de personajes reales.

En esta novela la lúcida ferocidad de sus memorias deja paso a una ironía que podría describirse como profundamente descreída, o desencantada, si no fuera porque la gente como Jesús Pardo nunca ha creído en nada ni ha quedado nunca encantada por nada, de manera que difícilmente pueden hablar una vez de vuelta. Y ese es otro de los atractivos del libro: desde los embajadores y los grandes de España a los navajeros y esbirros de poca monta, pasando por una estrafalaria cohorte de putas de alcurnia, pueblerinas ambiciosas y cabestros que portan los cuernos con el aire inequívoco del tú dame pan y dime tonto, todo el mundo miente, trapichea, engaña, pone cuernos, estafa y, al final, incluso incurre en el asesinato, pero lo hacen con un entusiasmo y una entrega encomiables. No hay el menor atisbo de mala conciencia, sentido de la traición o remordimiento. Desde la ideología, nadie cree una sola palabra de lo que se dice al respecto y más parecen seguir todos el consejo que le da Franco a un periodista al que está fichando para convertirlo en el portavoz del Régimen: "Usted haga como yo y no se meta en política".  Nadie se enamora de nadie, pero tampoco nadie le dice a su pareja que la ama. Tampoco hay odios, rencores ni ansias de venganza capaces de obnubilar el juicio de quien, con toda naturalidad, está chantajeando al amante de su esposa  y no tiene inconveniente en dar su "palabra de honor" de que no volverá a exigirle más dinero en el futuro si ahora paga lo que le exige a cambio de su silencio. Ni tampoco hay pasiones capaces de hacer perder el sentido del negocio a quien está contratando a un asesino para que acabe con la vida del esposo chantajista y tiene buen cuidado de que no le cobren de más. Es decir, todo lo que aquí se cuenta con habilidad y buen estilo es un amable disparate y a ratos parece un hijo  natural que Valle Inclán les hubiera hecho a los hermanos Quintero: la narración entera es tan exagerada e irreal que en modo alguno pretende ser un retrato del franquismo y la España inmediatamente anterior al desarrollismo. Y sin embargo, es de una exactitud tan milimétrica  que podría servir como ilustración para un libro de historia de las costumbres de entonces. Un libro curioso, fuera del tiempo y de las corrientes literarias de antes o de ahora. Pero que se lee con una permanente sonrisa de complicidad con el autor.

Bajas esferas, altos fondos

Jesús Pardo

Editorial Funambulista

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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