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Autobiografía no autorizada

Eder. Óleo de Irene Gracia

Javier Fernández de Castro

Sin la menor duda, la aparición de WikiLeaks ha sido el fenómeno más importante ocurrido últimamente en un universo de la información que ya estaba (y está) experimentando unas transformaciones  tan trascendentales que nadie puede dibujar  con un mínimo de certeza  hacia dónde se dirige. Ni siquiera símbolos imperecederos de la libertad y la ponderación informativa, llámense The New York Times, The Guardian, Le Monde, El País y demás, tienen el futuro asegurado, al menos  en  su forma actual.

 

Aparte del espectacular impacto mediático de los centenares de miles de  documentos puestos en circulación por WikiLeaks, su existencia misma venía a incidir de lleno en la problemática de fondo que amenaza, y al mismo tiempo le ofrece un futuro esplendoroso, al universo de la información. Por referirme únicamente al concepto de información vinculado al periodismo, no hace tanto tiempo que la en las casas se guardaban páginas arrancadas de los periódicos e incluso suplementos enteros de los dominicales. Los periódicos se leían porque, según  cuales, transmitían la sensación de estar dando cuenta de lo que pasaba, ya fuera a nivel local, nacional o internacional. Y como muchas veces el día a día impedía leer con el detenimiento debido determinados artículos o reportajes, se guardaban con la idea de encontrar el momento adecuado para echarles una buena ojeada.

¿Quién arranca y guarda páginas de periódicos hoy en día? Y lo que es peor,  quienes lee todavía periódicos, ¿ creen estar correctamente informados de lo que pasa?

En esta Autobiografía no autorizada Julian Assange asegura ser un tipo al que no le importa meterse en líos. O por mejor decir: que éstos le estimulan y le hacen sacar lo mejor de sí mismo. Y a fe que desde su adolescencia de hacker  internacionalmente perseguido hasta su condición actual de violador contumaz, no ha parado de meterse en líos, algunos gordísimos. Después de las toneladas de basura que le han echado encima es lógico que se defienda e insista en la honradez de sus intenciones  (como propalador de noticias subversivas, me refiero). Y dedica a ello no pocas páginas y esfuerzos. Pero lo verdaderamente fascinante de su libros es que el lector no especializado tiene ocasión de ver cómo funciona (y cómo funcionará en el futuro) el fenómeno de la información. Assange no da pistas acerca de cómo se solucionará el gravísimo problema de la seriedad y la fiabilidad de las fuentes, ni de cómo se puede discernir un noticia cierta de una intoxicación. Igual que los grupos subversivos reciben documentos gráficos y escritos que causan verdadera conmoción informativa, el famoso, astuto, oscuro y siempre temible Poder tiene en sus manos los mismos medios para intoxicar a la opinión pública, generalmente por la vía del exceso de información.

Porque esa es otra: dado que la potencia de los medios de comunicación de masas es prácticamente ilimitada, también su capacidad de transmitir información lo es, y Assange da como de pasada algunas cifras asombrosas: “Nos pasaron  75.000 documentos sobre Irak”. O bien: “Para poner a buen recaudo esos 250.000 documentos que nos habían filtrado, busqué el servidor de un amigo en Indonesia…”.

Dice Assange: “ A finales de 2008 estábamos sumergidos bajo una oleada de documentos filtrados que nos enviaban desde todos los rincones del mundo”. A la vista de las cifras antes citadas, cabe preguntarse a qué se refiere cuando habla de “realizar investigaciones y editarlos para su difusión”. Si ni siquiera las redacciones conjuntas de dos monstruos como The New York Times y The Guardian eran capaces de manejar la avalancha de documentos sobre Irak y Afganistán,  qué “investigación” y qué  “edición” puede llevar a cabo una bienintencionada organización sin ánimo de lucro y que no sólo carece de redacción si no que ni siquiera está físicamente ubicada en un lugar no virtual. Deducir la veracidad de una información filtrada a partir del grado de cabreo del perjudicado es un sistema de verificación digamos que dudoso.

Y si las noticias acerca de la infancia de Assange son curiosas, toda su formación como hacker y sus andanzas por el interior de los sistemas informáticos de las principales corporaciones e instituciones internacionales es fascinante.  Un puñado de adolescentes con unos ordenadores sujetos con cinta aislante poniendo en jaque a las mentes más brillantes de la informática y la encriptación mundial. Asombroso. Y de primera mano.

 

Autobiografía no autorizada

Julian Assange

Los libros del lince  

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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