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Asterix y los Pictos

Por 7 de noviembre de 2013 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Javier Fernández de Castro

Ha habido suerte. Acaba de salir un nuevo Asterix en estado puro. No cuesta imaginar la clase angustia que ha debido de atosigar a Jean─Ives Perry, el guionista, y Didier Conrad, el dibujante, desde que recibieron el encargo de crear una nueva aventura de Asterix.
Claro que tampoco cuesta imaginar los apuros de Uderzo y Goscinny, los padres de la indómita aldea gala y sus habitantes, según se iban sucediendo las aventuras (24) y su innumerable público (nada menos que 350 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo a fecha de hoy) continuaba esperando nuevas entregas. Al fin y al cabo, el problema que se le plantea hoy a quien se haga cargo de pasear por el mundo al diminuto guerrero galo y su gigantesco compinche no es muy diferente del que han tenido desde la Antigüedad los héroes que no morían una vez cumplida la heroica misión que fue su razón de ser. Resulta tan difícil imaginar a Heracles matando una y otra vez al león de Nemea, a la hidra de Lerna y al toro de Creta como verlo yendo a cobrar su pensión de jubilado para luego llegarse a ver cómo progresa la nueva calzada que los conquistadores romanos están trazando y contarles por enésima vez a sus compañeros jubilados las viejas hazañas de cuando los dioses lo castigaron por sus excesos juveniles.
El problema de Goscinny y Uderzo era que, después de cada aventura, el público fiel les exigía fidelidad y que incluyeran las mismas bromas y gags: que siguieran dando palizas a los romanos, arrollando a los pobres piratas o brutalizando como siempre al incorregible bardo. Pero también se les exigía que fuesen imaginativos y no se repitiesen hasta ponerse cansinos. Es decir, que se encontraban en la tesitura de dar respuesta a una exigencia metafísicamente irresoluble, pues se les pedía que contasen una y otra vez lo mismo pero diferente.
Curiosamente, a los diferentes guionistas encargados de crear la historia mítica de Heracles ya debió de planteárseles un problema en cierto modo parecido porque al culminar la sexta entrega (dar muerte a los pájaros de Estínfalo) se les terminaron las historietas en el Peloponeso y para cumplir los doce trabajos tuvieron que mandarle cada vez más lejos, debiendo incluso bajar al averno en busca de Cerbero. Terminadas sus pruebas y pagadas sus culpas, la trayectoria del héroe invicto ya no daba mucho más de sí y tras idearle un matrimonio absolutamente lamentable los guionistas le concedieron la única salida digna que le cabe a un héroe, la muerte, aunque la de Heracles no fue menos lamentable que su vida de casado.
Cuando murió Goscinny, o parafraseando a John Le Carré, cuando Goscinny cometió la indelicadeza de morirse, la tarea que recayó sobre Uderzo fue tan gigantesca que el nivel crítico decayó en favor de la gratitud por mantener viva la leyenda de los irreductibles galos. Nunca se recuperó el nivel de algunas de las mejores entregas (personalmente considero que el cizañero es un personaje insuperable) pero los aciertos aislados lograban atraer una y otra vez a un público que para entonces ya pertenecía a la generación posterior a la original.
Y cuando la edad ha vencido y Uderzo se ha declarado incapaz de seguir haciéndose cargo él solo del guión y los dibujos, la marca Asterix seguía teniendo un valor incalculable y tanto las dos editoriales matrices que se reparten los derechos (Albert René y Hachette) como el propio Uderzo y los herederos de Goscinny no parecen considerarse lo bastante ricos como para dejar de explotar el filón y han recurrido a un guionista, Jean─Ives Ferri, que llevaba algún tiempo colaborando con Uderzo, y a un dibujante, Didier Conrad, escogido después de un largo proceso de selección.
El resultado del trabajo conjunto de los nuevos fichajes es Asterix y los Pictos. En esta última entrega nadie  ha querido meterse en camisas de once varas y si los dibujos son una reproducción bastante convincente de los originales (Conrad se quejaba del gran trabajo que le costó reproducir a Idefix), las bromas, los gags, las amables críticas a la cultura y las costumbres de los anfitriones de turno (escoceses) se acercan bastante a lo que cualquier lector pediría. Se les nota una cierta falta de esa soltura que da un buen rodaje, pero también aportan elementos propios, como la nueva conciencia ecológica de Obelix o el protagonismo adquirido por las mujeres.
Obviamente, el problema de Conrad y Ferri es el futuro. Esta vez nos damos por satisfechos sólo con comprobar que parecen capaces de sacar el empeño adelante. Pero ejerciendo nuestro irrenunciable derecho a ser público, y por lo tanto caprichoso, injusto y todavía inmerso en la cultura del pan y circo, en adelante les vamos a exigir que además de iguales sean diferentes. Y ya veremos cómo se las arreglan.

 

Asterix y los Pictos
Jean─Ives Ferri y Didier Conrad
Salvat

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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