Iván Thays
Juan Villoro. Foto: Carles Ribas.
?Su narración es la de una dolorosa vigilia y los sueños probables? dice J. Ernesto Ayala Dip en la reseña que hace en ?Babelia? de Arrecife, la última novela de Juan Villoro, publicada por Anagrama. Referencias a Chandles y a Ballard hacen más apetecible el platillo. En el mismo ?Babelia? Amelia Castilla entrevista a Juan Villoro respecto a su último libro.
Dice:
En el origen de los relatos de Juan Villoro (México, 1956) suele ocultarse una imagen o un sueño detenido. En Arrecife (Anagrama), el núcleo argumental básico se corresponde con una postal paradisiaca, en un hotel de descanso en el Caribe, como hay tantos en México, pero en el lateral, una situación, que no se identifica si es de juego o de violencia, altera el paisaje. Esa arista perturbadora tiene que ver con la búsqueda de emociones fuertes y el contexto de violencia en que se mueve México, con cuerpos que aparecen decapitados en lugares imprevistos, como Acapulco, antaño edén turístico. ?Me gustó poner en tensión ambas cosas. El narco y los clientes de un resort ansiosos de peligros controlados?, cuenta Juan Villoro, en su piso del Eixample barcelonés, decorado en un estilo minimalista, con los muebles justos y espacio para moverse. El escritor, uno de los autores de culto de su país, acaba de regresar de México. Vive entre los dos continentes. Ha gestionado la entrevista por su cuenta, sin agentes ni editores de por medio. Sobre la mesa de la cocina reposa el ordenador encendido. Escribe por las mañanas, en lo que denomina un horario bancario, regado con café. En un rato, saldrá para la Universidad Pompeu Fabra, donde imparte clases de literatura.
(?)
En el argumento de Arrecife, un músico retirado funda un resort en Kukulcán con extraños programas de entretenimiento: un paraíso que incluye ciertas dosis de crueldad. No es casual que la novela transcurra en el lugar de los antiguos mayas, una zona de esplendor religioso y gastronómico, donde solo quedan los mayas diminutos que sirven cócteles en los bares.
El fondo y la atmósfera de la novela tienen que ver con esa coreografía de la violencia, pero otra de las lecturas posibles de Arrecife se relaciona con la progresión de la contracultura. Frente a los que sostienen que todas las puertas que se abrieron en los sesenta encontraron una clausura apocalíptica o dramática en la realidad ?la revolución sexual se truncó con el sida, la búsqueda de rebeldía acabó en la crisis de las ideologías, los paraísos artificiales de la droga en el narcotráfico?, Villoro defiende que los grandes anhelos de esos años no fracasaron del todo: ?La contracultura ha encontrado formas de realizarse en otros ámbitos, como la realidad virtual y las nuevas tecnologías. Silicon Valley está lleno de hippies que pasaron del éxtasis del LSD al digital, encontraron visiones sustitutas?, cuenta. Quizás por eso, los protagonistas de su novela son precisamente dos músicos de esa generación, marcados por las secuelas de las drogas: ?Pasé la primera parte de mi vida tratando de despertarme, la segunda tratando de dormir, me pregunto si habrá una tercera parte?, cuenta el narrador en el arranque de la novela. La obra transcurre justamente en ese tercer acto de la vida de las personas en el que, sin llegar a sentir la vejez, se enfrentan a los desafíos de las últimas oportunidades. Arrecife es también una novela sobre la amistad y el amor. ?Es difícil encontrar temas más interesantes que la familia y los amigos. El gran enigma es la persona que está más cerca de ti?.
Tony (Antonio Góngora), un trasunto con todas las consecuencias del bajista Jaco Pastorius ??heredó sus problemas pero no su talento??, un adicto a la adicción, que sueña con medirse con su homólogo en la Weather Report, pone también la banda sonora. Ha perdido parte de la memoria, como consecuencia del abuso de estupefacientes, pero a lo largo del relato va recuperando recuerdos. Y su memoria llega de la mano de su íntimo amigo Mario Müller, cantante de Los Extraditables, el grupo de rock en el que ambos militaban y que fracasó. La amistad de ambos está hecha de afecto, pero también de heridas y deudas, relacionadas con la adolescencia, de lo que uno ha hecho por otro. ?Una ayuda demasiado grande puede ser un motivo de irritación?, cuenta el autor.
Müller decide encarnar los sueños de transformación de la realidad en un proyecto turístico, una ciudadela de la redención donde juega a ser el alcalde mágico. ?Müller se divierte con lo que siempre ha jugado el rock, la noción de peligro, esa frontera entre el placer y el daño. Por eso se le ocurren programas recreativos con una coreografía delictiva, como que te secuestre la guerrilla. Muchos europeos y norteamericanos buscan en el Tercer Mundo ese tipo de excesos. Vivir una revolución, pero por un fin de semana, o entrar en contacto con una emoción y luego volver a tu vida de bienestar?.
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?Soy un autor bastante disperso, me demoro mucho redactando ?Arrecife ha tardado ocho años?, pero hago muchas otras cosas alimentarias como el periodismo o la crónica?. Tomó la decisión ?precipitada? de dedicarse a la escritura y para sobrevivir se ve obligado a comportarse como un mayorista. ?Se trata de una solución que me conviene, no soportaría estar en una oficina?. El periodismo, dice, le permite la posibilidad de salir de su casa. Si la tragedia de un hombre comienza cuando no puede estar solo en su habitación, ese es su drama. La situación de arresto domiciliario a que te condena la escritura de una novela le resulta una idea tediosa, especialmente para alguien que se define como fisgón y entrometido. ?Me gusta averiguar cosas que solo puedes entender en el lugar de los hechos. Soy amigo del periodista Jon Lee Anderson, que en un año cruza el Atlántico veinte veces, pero yo no podría. Él lo que hace es cambiar de miedos cruzando fronteras, pero mi vocación de salir al mundo es limitada, mis odiseas acaban en 24 horas?.
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?La literatura es una forma del misterio, cuando uno escribe aclara el mundo a través de un libro, pero la gran paradoja de una narrativa es que lo aclara de una manera que no es unívoca, mantiene varias lecturas y hay un fondo de secreto. Me preocuparía que el marco sociológico fuera muy invasivo?.
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Villoro pertenece a esa clase de narradores muy vinculados y en un sentido muy amplio a su país. Admira mucho a escritores como Graham Greene, que viajan por Vietnam o Cuba y escriben novelas convincentes de esos países, pero sus obras poseen un anclaje básico en sus circunstancias. ?Si pensamos en Philip Roth, su literatura tiene que ver con Nueva Inglaterra y la comunidad judía; Dostoievski estaba anclado en Rusia, lo interesante es que en estos autores tenemos el extraño milagro de la universalización de la experiencia, lo que le ocurre a un chico judío de Nueva Jersey se convierte en nuestro problema?, añade.