Francisco Ferrer Lerín
Los inicios de curso convertían los encerados de las aulas en tablones de anuncios. Ofertas y demandas de habitaciones para estudiantes en míseros pisos convivían con la venta de libros de años anteriores. Un día un alumno escribió “se vende Palomeque”, y fue respondido con singular vehemencia por un atrabiliario profesor que recriminó a gritos al responsable de la frase diciendo que sería un libro del catedrático Palomeque pero no su autor el que estaría en venta, que don Antonio Palomeque no era venal. Fue la primera vez que oí esta palabra, “venal”, y tras consultar en el diccionario tomé buena nota de ella con la esperanza de que alguien, algún día, me la aplicara, pero esto nunca sucedió, nadie quiso comprarme a lo largo de todos estos años, en especial durante ese periodo de angustia económica en el que me hubiera ido muy bien que me propusieran lo que fuera, lo más oscuro incluso, a cambio de poder pasar una minuta. Aún hoy, superadas las penurias, cuando oigo que se cierra la puerta del ascensor corro a mirar por el ventanuco que da al rellano por si un hombre de negro con un maletín a juego se dirige hacia mi puerta.