Félix de Azúa
Un año como este no apetece celebrarlo, pero podemos gozar la fiesta de su entierro. ¡Celebremos que por fin termina!
Al año le quedan tres días. Este 2021 ha sido uno de los peores de las últimas décadas. Más pobreza, más despotismo, más mentiras, más parásitos del Estado, más canallas enaltecidos, más asesinos ensalzados, pero por encima de todo, más muertos por la plaga. Un año así no apetece celebrarlo, pero podemos gozar la fiesta de su entierro. ¡Celebremos que por fin termina! Y que no vuelva.
O quizás sí. En estas fechas es bueno recordar el consejo que repiten todas las tragedias griegas: no se diga de nadie que es feliz, hasta que muera. Dicho a la inversa, mantengamos la esperanza de que el gozo seguirá siendo posible mientras no intervenga la muerte. Puede que alguien opine, cuando muramos, que hemos sido felices. Incluso a lo mejor lo decimos nosotros mismos.
Porque una cosa es la constricción del Estado, la asfixia política, el aplastamiento económico, la crueldad de los poderosos, el absurdo de la vida oficial, pero otra muy distinta la de cada uno con los suyos y su destino. Todavía puede y debe prepararse cada cual para agarrar su propia vida sin permitir que nadie se la arrebate. Ninguna colectividad, ninguna ideología, ninguna intolerancia, racismo o imbecilidad oficial puede robarnos la vida propia. Intervenir para remediar en lo posible los desastres públicos, sea, pero sin comprometer ni un gramo de nuestra individualidad.
Nacemos desnudos y así nos iremos de este mundo. La riqueza siempre es relativa y nunca dejará de haber alguien más pobre que el menos rico. No obstante, hay pobres felices y pobres que odian a los ricos porque creen que son ellos quienes les roban su alegría. A eso se le llama resentimiento. Ojalá que el año próximo nos pille más libres y alejados del odio, del resentimiento y la envidia. Más firmes en nuestras convicciones y por ello mismo más libres. Viva el nuevo año.