Francisco Ferrer Lerín
Se me sitúa, cada vez más, con perseverancia, en el núcleo de las huestes de los inclasificables, en las huestes de los también denominados raros, confusos individuos que medran en el campo de las Artes, en especial de las Artes Literarias. Se me nombra pues “inclasificable”, “raro”, “raro entre los raros”, “rara avis”, ”el más conocido de los escritores desconocidos”, “experto en artes infrecuentes y dudosas, en destrezas non sanctas”, entre otros voluntariosos y creativos reconocimientos.
Rubén Darío ya censaba, en Los raros, a una cincuentena de escritores que consideraba no corrientes, escritores en su mayoría hoy periclitados, aunque es cierto que con lujosas excepciones como Poe, Verlaine y Lautréamont, lo que ofrece cierto consuelo, cierta esperanza de que si me incluyeran en una próxima edición podría convertirme en miembro de un selecto grupito, los raros de entre los raros, y de ahí quizá el profético apelativo que algunos ya hoy me vienen aplicando.
Por ahora, en este momento, en la fase de constitución de la nómina, van surgiendo algunos hermanamientos, aunque cambiantes; los últimos, Cristóbal Serra, Juan Perucho, Pere Calders, Méndez Ferrín y Javier Tomeo, sin duda un mosaico de notables pero con los que, lamentablemente, no acabo de encontrar vínculo que vaya más allá de esa rareza, casi de esa extrañeza en la ortodoxia editorial.
En cualquier caso, los inclasificables al clasificarnos como inclasificables, o como lo que sea, quedamos automáticamente clasificados, por lo que a lo mejor, a no tardar mucho, si las cosas no se tuercen, nos incorporen a otra categoría, de mayor fuste.