Francisco Ferrer Lerín
La primera vez que oí hablar de Fontanero Man fue en Sevilla. Sería a finales de 2015 y yo estaba degustando un maravilloso jamón en la barra de Las Teresas en compañía de dos amigos del alma que, cada uno en la empresa de su propiedad, pasaban por un mal momento económico. Una tercera persona, para mí desconocida, se acercó a nosotros pronunciando la frase: “Ya sabéis lo que se dice: preguntad a mucha gente, que alguien será Fontanero Man o tendrá relación con él, y si tu problema le interesa se pondrá en contacto contigo.”
En mayo de 2017 tras pronunciar una conferencia en Alhóndiga Bilbao me llevaron a comer, los organizadores del acto, al excelente pero minúsculo Bar La Viña, tan minúsculo que no pude evitar escuchar la conversación de la mesa de al lado (el local sólo tiene cuatro mesas) en la que un muy enterado bilbaíno pontificaba: “Fontanero Man no cobra por sus trabajos; mejor dicho, no pide dinero por ellos, pero si el trabajo llega a término, quedas en deuda con él.”
Finalmente hoy, un vetusto y sordo caballero que entraba en la pastelería Echeto de la plaza de la catedral de Jaca, tras haber asistido a misa de doce, interrogaba a gritos a un familiar algo más joven: “¿Fontanero Man es una persona o es un colectivo?, ¿el cliente de Fontanero Man llega a conocerle personalmente?”
Estoy en casa y compruebo, por internet, los movimientos de mi cuenta bancaria en el BBVA, no la personal sino la de mi sociedad de capital riesgo. Mal está la cosa, alguien, imagino quién, anda difamándome, con el fin de dificultar, a mí y a mis socios, las maniobras de toma de participaciones. Mañana he de viajar a Zaragoza y aprovecharé para hacer correr la voz: "Tengo un grave problema, necesito neutralizar a quien está arruinando el futuro de mis hijos, busco ayuda urgente, ¿ha oído hablar de Fontanero Man?”