Francisco Ferrer Lerín
Juan Rodolfo Wilcock Romegialli (Buenos Aires, 1919 – Lubriano, Italia, 1978), como J. Rodolfo Wilcock, fue el autor del libro que Edoardo Camurri, en traducción del italiano de Rosa de Viña, edita con el título El delito de escribir (Libros de la resistencia, Madrid, 2019) a partir de Il reato di scrivere, la primera versión, de 2009, la del sello milanés Adelphi. El delito de escribir lo componen 13 textos de Wilcock más otro de Camurri a modo de epílogo, todos breves, artículos publicados en prensa, excepto el de Camurri, inédito, que giran en torno a la llamada ‘sociedad literaria’.
Del libro, y por agravio comparativo, esa fea costumbre de destacar alguna de sus partes, en este caso alguno de sus párrafos, copio dos de ellos, el primero, se supone de Wilcock, y el segundo, una referencia, una cita no entrecomillada, ese recurso que invita a pensar que lo citado, ajeno normalmente al cuerpo del libro, se incorpora a él de tal modo que el autor de la cita y el autor del libro se confunden, son lo mismo. Aquí van los dos párrafos:
“Sustituir a las horribles (por incomprensibles e incomprensivas) personas que nos rodean por seres imaginados, comprensibles y comprensivos, por lo tanto agradables, es un privilegio no sólo de los pintores (si todavía existen, escondidos), sino también de los escritores importantes, y es una de las características que los hace importantes y felices.”
“La felicidad de un artista reside en poder concebir, como Lewis Carroll a los ochenta años, la vida de igual manera que un diálogo entre una tortuga y un termómetro.”
Antes que narrador fui arquitecto, o al menos formé parte de un equipo interdisciplinar en el que la arquitectura era la materia dominante y, desde esa atalaya privilegiada, sentí yo también, como los escritores importantes de Wilcock, la capacidad, el poder de transformar el mundo, de proyectar, en vez de horribles bloques de viviendas, agradables adosados.