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Blogs de autor

Una vida sin Internet

Por 2 de marzo de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Tengo una estrategia para cuando se estropea mi computadora: lloro y grito hasta que se arregla sola. Pero a veces no funciona.

Hace dos días se desconfiguró Internet. Durante un momento, pensé que había una crisis de comunicaciones en el planeta y que habían cortado los lazos entre los occidentales para desatar la guerra nuclear desde Asia. Luego comprendí que no, que simplemente se desconfiguró Internet.

Llamé a la compañía telefónica, donde una mujer me hizo explorar el rooter y el sistema operativo. Era como desnudar a mi computadora y meterle mano. Me sentí sucio. Al final, quizá por eso, no se arregló.

Volví a llamar a la compañía, donde un hombre me ordenó hacer exactamente lo contrario de la chica anterior. En todo caso, mi computadora no se dejó engañar. Después de una hora de conversación, seguía sin funcionar. Me habían cobrado seis céntimos de euro por minuto para que todo siguiese igual. Es reconfortante saber que en la vida hay algo sólido e inmutable.

Mi novia tiene otra computadora, así que traté de usar esa. Y entonces comprendí que no seguía todo igual, no. Siguiendo los consejos de la asesoría telefónica, había desconfigurado la línea ADSL, de modo que esta computadora tampoco se conectaba. Había pagado seis céntimos de euro por minuto para que todo quedase peor.

Volví a llamar a la empresa y, esta vez, exigí que me enviasen un técnico de carne y hueso. Alguien del otro lado de la línea me preguntó si había reiniciado el rooter. La insulté tanto que decidió enviar un técnico.

El técnico apareció esta mañana. Después de 48 horas sin Internet, mi estado mental no era normal. Me encontró abrazado a la pata de una mesa, temblando y llorando. Trató de consolarme, me invitó un café. Después de un rato, conseguí recuperar el control y explicarle que Internet se había desconfigurado.

-¿Ha reiniciado el rooter? –preguntó.

Le respondí con una carcajada siniestra y corrí a la cocina a buscar un cuchillo. Tenía decidido por qué partes lo desmembraría, y pensaba desollarlo lentamente, pedacito por pedacito, como un pato pequinés. Podría esconder los retacitos de su piel bajo la alfombra –es roja, no se notarían- y los órganos vitales en el basurero, como menudencias de ternera. Por si acaso, tomé dos cuchillos de cocina y un tenedor, para que no se me moviese. Otra posibilidad era estofar al técnico para desaparecer la evidencia. Solté otra carcajada siniestra sólo para practicar y volví al salón. Me le acerqué por la espalda, paso a paso. Él estaba inclinado sobre el rooter, el lugar perfecto para un altar de sacrificios.

-Ya está –me dijo de repente, volteando a verme.

En la pantalla de mi ordenador brillaba la página de Yahoo.

Me hizo firmar un recibo y me anunció que me cobrarían la visita en mi factura telefónica. Luego se fue.

Es un placer tratar con gente normal y ecuánime.

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