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Un fin de semana con Evo

Por 23 de enero de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

El clima del Altiplano boliviano es impredecible y cruel. Llegando a La Paz, a 3.800 metros sobre el nivel del mar, tuve que pasarme todo el día en cama, aturdido por el soroche. Y hoy sábado, aunque se supone que estamos en verano, ni la bufanda ni el jersey de lana bastan para protegerme del frío de la mañana: cinco grados.
Y sin embargo, mientras me acerco a las ruinas de Tiwanaco, el clima humano va compensando las inclemencias del meteorológico. Más de 20.000 personas se han reunido a presenciar el rito andino con que el nuevo presidente Evo Morales se inviste ante los indios aimaras y quechuas. Nunca un presidente boliviano había convocado tanta expectativa: 1.200 periodistas de todo el mundo han venido a cubrir sus tres apariciones públicas. Y ésta, que subraya su origen indígena, es la primera.
Los asistentes son tan insólitos como la ceremonia: campesinas de polleras típicas con banderas cubanas y posters del Che; extranjeros rubios mascando hojas de coca; políticos inverosímiles, como el presidente de Eslovenia o el candidato peruano Ollanta Humala envuelto en una bandera del Tawantinsuyo. Dos agitadores en zancos cantando que Evo, Fidel y Chávez van a joder a Washington. A media mañana, cuando por fin aparece Evo Morales, el sol reina en el cielo. En segundos, el calor aumenta hasta obligarme a quitarme el jersey. Y la luz solar se vuelve tan fuerte que me produce llagas en la piel de la nariz.
Las celebraciones del domingo incluyen el tradicional cambio de mando y un nuevo encuentro con las masas, esta vez en La Paz. Una vez más, el mitin es multitudinario. En su discurso preliminar, el vicepresidente anuncia el fin de los 513 años de opresión indígena y el inicio de una nueva era.
Por lo menos, está claro que Evo gobernará sin trabas: el 84% de los bolivianos votó en las elecciones, y él consiguió más del 53% de los votos en primera vuelta. Tiene mayoría en el Congreso y, mediante pactos con fuerzas pequeñas, en el Senado. De las nueve regiones del país, tres están gobernadas por su partido, y ninguna agrupación supera esa cifra.
Pero la legitimidad y la expectativa de Evo Morales no se limita al 64% indígena de los bolivianos. Buena parte de la clase media votó por él, e incluso algunos conservadores que nunca lo harán se sienten orgullosos de que un indígena pastor de llamas pueda alcanzar la presidencia de su país. Los progres latinoamericanos también han venido a celebrar. En los mítines se escuchan acentos de todas partes. Sin ir más lejos, la casa en que me alojo es de una familia de izquierdistas peruanos, que reciben este fin de semana a ocho visitantes, repartidos entre camas y colchones tirados en el suelo. Por el lobby del hotel Radisson, del que me echan por no tener acreditación de prensa, circulan Hugo Chávez, el español Gaspar Llamazares y el peruano Javier Diez Canseco sólo en el minuto en que me permiten asomarme a la puerta.
Por la noche del domingo, después del último discurso de Morales, suben al escenario grupos como Inti Illimani y Piero. Entonces rompe a llover. A cántaros. Mientras estornudo y estoy seguro de que me he ganado una pulmonía, pienso en la euforia que se ha desatado en el país más pobre de Sudamérica. Quizá el peor enemigo de Morales sea precisamente la enorme expectativa que ha despertado. Pero en esta ciudad, que suele cambiar de presidente tanto como de clima, sus seguidores piensan que él representa el amanecer de una estable primavera democrática. Espero que tengan razón. Quiero que la tengan.

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