Después de ver a las mujeres de las películas de Rodríguez y Tarantino, he echado un vistazo a una revista de hombres, más que nada para saber si soy un buen hombre. Es decir, si encajo en la definición de lo que se espera de un ejemplar masculino en el mundo de hoy. O si debería parecerme más al gorila que golpea mujeres en Sin City. O peor aún, a David Beckham.
Estudiando atentamente la revista en cuestión, he descubierto que han pasado de moda los metrosexuales, lo cual es un alivio porque eso es carísimo: entre ropa, peluquería y cosméticos, luego no te queda para pagar el alquiler. Y aparte de eso, tienes que ir a sitios tan costosos como tu aspecto, así que es prohibitivo. Con el agravante de que el modelo de mujer al que se supone que aspiras es la Spice Girl Victoria. No, gracias.
En compensación, sin embargo, lo que se ha puesto de moda no es el oso peludo y musculoso que tumba a las mujeres de un garrotazo y las arrastra de los pelos a su cueva, sino un nuevo modelo de tipo recio pero sensible llamado ubersexual.
Hasta donde he podido entender, un ubersexual es un hombre que no está obsesionado con su imagen pero tampoco va por la vida como un punk. Se viste más o menos como cualquiera y su nivel de guapo es el del hombre corriente. Además, en el paquete estético vienen incluidos talentos no necesariamente visuales, como tener conversación o hasta interesarse por la política, aunque tampoco se trata de ser un activista. O sea, un ubersexual es un tipo como cualquiera. Lo último en moda masculina es lo mismo de toda la vida.
A nivel de casas de diseño, eso implica que la ropa de moda sea totalmente sosa y ordinaria pero carísima. Buen negocio, supongo. A nivel de destrezas adquiridas, eso implica que los hombres debemos entrenar para ser capaces de articular dos oraciones seguidas, de ser posible con una idea entre las dos. Eso es barato. Pero a nivel de convivencia, me parece una grave injusticia con las mujeres, a las que obligamos a estar escuálidas y a menudo anoréxicas, a pagar fortunas por prendas de vestir que cubren menos que una curita y a decorarse con pinturas, alhajas y peinados. Todo esto era más fácil cuando no se les permitía tener una vida independiente, pero ahora tienen ocupaciones profesionales, son madres y además están obligadas a estar buenas, con toda la ingeniería de producción que eso implica.
En cambio, la ubersexualidad es una cosa que te encuentras de repente. Vas, lees una revista de hombres y ya está: estás de moda porque te tocó. Y si no lo estás, tampoco es tan difícil. Además, la moda masculina dura. Lo de ser metrosexual se mantuvo dos o tres años. A las chicas, además de todo lo que ya tienen que hacer, les cambia el marco conceptual cada temporada.
Así que quiero elevar mi más enérgica voz de protesta y demandar para las mujeres una nueva moda que les permita vivir sin complejos y no estresarse, algo en plan domingo por la mañana, que les ofrezca la posibilidad de salir por la noche con zapatillas, pelo recogido y cara lavada. Pero en última instancia, chicas, si nada de eso es posible, acudan al modelo Tarantino: compren armas de fuego. Eso nunca falla.