La visión de Munich de Steven Spielberg me ha recordado a su gemela opuesta, Paradise now, de Hany Abu Assad, aparecida pocos meses antes. Ambas narran el mismo conflicto desde trincheras contrarias, y ambas procuran responder a la misma pregunta: ¿qué pasa por la mente de alguien que va a poner una bomba, o más de una? Pero lo más interesante es que, en ambos casos, las respuestas son las mismas:
1. La gente mata por un ideal. Los suicidas palestinos de Abu Assad están dispuestos a morir por su libertad, y los sicarios israelíes de Spielberg matan por la tierra prometida.
2. La gente mata porque tiene una religión. Para poner a alguien en disposición de matar o morir, es necesario un sistema de creencias sólido y trascendental que le permita justificar y enfrentar sin miedo la muerte, incluso la propia. Los grupos armados comunistas como las Brigadas Rojas o los Baader-Meinhof afirmaban hacerlo por la revolución o la historia, pero sólo cambiaban las palabras, no su sentido. Del mismo modo, los que nosotros llamamos terroristas suelen llamarse a sí mismos combatientes.
3. La gente mata porque confía en alguien. En ambas películas, los asesinos son designados por sus superiores y la designación constituye un honor. No son ellos quienes analizan las razones o la coyuntura de sus acciones. Como buenos soldados, creen en la buena fe de otros –que no mueren- y dejan en sus manos la capacidad de pensar y decidir sobre lo que es mejor para su pueblo. Los líderes ordenan y nuestros personajes obedecen sin dudas ni murmuraciones. A veces tratan de reflexionar al respecto, pero entonces sólo consiguen quebraderos de cabeza. Pensar es bueno para las películas, pero pésimo para la eficiencia a la hora de la verdad.
Entre los asesinos de ambas películas sólo hay una diferencia de presupuesto. Los palestinos matan con bombas pegadas al cuerpo en un mercado. En cambio, cada asesinato de los israelíes cuesta más de $200.000 (por cierto, el costo de producción de cada una de las películas es proporcional al de cada grupo combatiente). Y sin embargo, las probabilidades de estar asesinando a un inocente son similares en ambos casos. No por ser más caros, los asesinatos son más justos.
En suma, los detalles de producción varían, pero las motivaciones son las mismas: fe, solidaridad, Dios, Patria, todos esos nobles ideales que nos sirven para volarles la cabeza a los demás.
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