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Sexo en Zurich

Por 12 de febrero de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

-Buenas tardes, quisiera un látigo y un cinturón de castidad, por favor.

-Tenemos cuatro modelos de látigos, pero los cinturones son de la colección antigua. Si no le importa esperar, en una semana nos llegará la nueva colección desde Londres. Hay algunos rojos.

-¿En serio? Qué audaz. Yo siempre usé los negros.

-Los rojos le van a encantar. Y vienen con anillos para el pene a juego. Una monada.

Las dos señoras que sostienen esta conversación en el mostrador de la tienda parecerían dos venerables ancianas de no ser porque una de ellas es un señor. Se llama María, y es la dueña –o dueño, según su humor de cada día- de la tienda suiza de accesorios sadomasoquistas Extrem Design. La clienta en cambio sí es mujer las 24 horas del día, y lo ha sido toda su vida, desde hace unos sesenta años.

De hecho, la mayoría de la clientela que viene a comprar máscaras y cadenas está formada por parejas mayores con hambre de nuevas experiencias, aunque también hay algunas parejas jóvenes. Incluso hay familias que pasan por la tienda después de recoger a sus niños del colegio. Mientras ellos revisan las existencias, los niños juegan entre los juguetes sexuales, con cuidado de no romper nada.

Le digo a María:

-Tengo una relación satisfactoria con mi chico, pero a veces me gustaría que fuese un poco más… no sé… un poco más mujer. ¿Tienes algo que me pueda servir?

María sonríe y se desplaza hacia un rincón de la tienda haciendo sonar sus aretes y sus collares de joyas. Cuando regresa, lleva en la mano un par de pechos con lazos de seda negra.

-¿Qué te parece? –me dice radiante-. Prótesis de busto de silicona a sólo 498 francos. Si no eres mujer con esto, no lo serás nunca.

Toco la prótesis y la aprieto un poco. Es blandita y cálida. María la recomienda combinada con un uniforme militar (735 francos) o un corsé de látex con máscara incluida (1049 francos).

La tienda de al lado, Macho City Shop, es más especializada: sólo se ofrecen productos para hombres. Las bolas anales cuestan 79 francos, y por sólo 39, te dan un pene de medio metro con un glande en cada extremo. También hay una cosa llamada Anal Developer, pero no pregunto qué es para no quedar como un ignorante. Al salir, el vendedor me da un mapa con todos los bares de ambiente de la ciudad.

Zurich me parece una ciudad abierta, tolerante y liberal. En el periódico aparece la noticia de un cineasta amateur que recluta gente por la calle para improvisar películas porno en los baños de los bares. Según él, la mitad de los hombres aceptan el desafío. Entre las mujeres, el porcentaje desciende a un 20%.

Almuerzo con un amigo ecuatoriano que lleva un año viviendo acá. Me cuenta que se siente muy solo. Que lleva seis meses sin sexo, porque no termina de entenderse con las mujeres suizas. Dice que la única con que salió le resultó incomprensible, y él a ella.

-Qué extraño –le respondo, y le cuento todo lo que he visto durante la mañana. Las tiendas, las películas. Uno pensaría que los habitantes de esta ciudad viven en una orgía perpetua.

-Ya –me dice-, pero esas son tiendas para aficionados al tema. Los que van ahí se dedican a esto como otra gente juega fútbol o hace alpinismo. Tienen sus clubes, sus lugares de reunión, sus temas de conversación…

-Con más razón –le digo-, debe haber gente que quiera acostarse contigo, al menos por curiosidad. En todas las sociedades, los heterosexuales aburridos hemos sido mayoría. No debería ser tan difícil.

-¿Un polvo rutinario y hetero? –me pregunta, y después de meditar un rato, añade-. No. Creo que eso aquí está considerado como perversión. Quizá hasta sea delito.

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