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Retrato de la niña rica

Por 22 de enero de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Admitámoslo: nos gustan las niñas ricas. En todos los países hispanos se han acuñado palabras para despreciarlas (pija, pituca, momia, sifrina) pero eso sólo muestra la envidia que nos produce el repiqueteo de sus joyas, sus pies que parecen no tocar el suelo y, sobre todo, esta notable capacidad que tienen para no sudar ni siquiera en las condiciones más extremas de calor y esfuerzo físico. Como los ángeles, las niñas ricas son inmateriales, incorruptas, etéreas. Eso es María Antonieta.

Porque la última película de Sofía Coppola no es una superproducción de época, ni un retrato de la Francia revolucionaria, ni siquiera una biografía rigurosa basada en hechos históricos sino, sobre todo, un retrato íntimo de la mimada reina de Francia y de su soso marido. Más de la mitad del metraje es una detallada sucesión de despilfarros: las fiestas que se despachaba en los lujosos salones de Versalles, los peinados que parecían pasteles de bodas y los zapatos, miles de zapatos rosados, a rayas, de tacón, con lacitos, incluso unas inverosímiles All Star (Por cierto, Imelda Marcos tenía una colección similar: ¿Por qué las primeras damas que saquean a sus pueblos estarán tan obsesionadas con la elegancia de sus pies?)

A lo largo de las casi dos horas de película, apenas vemos qué ocurre fuera del palacio real o del palacete privado de la soberana. Como a los reyes, los gritos de los revolucionarios nos llegan desde lejos, y la única imagen que se nos ofrece de ellos es tomada desde uno de los salones palaciegos. Más nos duelen los dramas que están en primer plano: la catastrófica vida marital de la pareja real, los chismorreos de la corte o la falta de presupuesto para redecorar de un día para otro los jardines de Versalles. 

Pero ¿De dónde saca la directora esos datos? ¿Cómo sabe cuándo lloraba en sus aposentos la última reina de Francia? ¿En qué se basa para retratar sus esfuerzos por reanimar a su marido en la cama? ¿Qué información maneja sobre las diversiones privadas de la reina y sus insoportables amiguitas? No existen documentos fiables sobre esas materias, y Sofía Coppola tampoco los necesita, porque el retrato que plasma en la pantalla, en el fondo, es el de de sí misma.

Hija de un rey del cine como Francis Ford, criada entre las mansiones y los viñedos familiares, rodeada de la realeza de Hollywood desde su más tierna infancia, casada y divorciada de uno de sus conspicuos representantes, Sofía Coppola no ha tenido una vida muy distinta a la de María Antonieta. Para subrayarlo, la banda sonora no es música de cámara sino power pop. De hecho, aunque el escenario varía, el universo personal de está película el mismo que el de anteriores trabajos de la directora: TODAS sus protagonistas –las vírgenes suicidas, la Scarlett Johansson de Lost in translation– son niñas ricas castradas por un entorno social que les resulta incomprensible. Su conflicto es siempre el mismo: parecen tenerlo todo, pero no pueden conseguir una relación sexual.

En manos de esta directora, la realidad exterior es una excusa para retratar su mundo interior. Cuando filma Tokio, nos habla de su lamentable matrimonio con Spike Jonze. Cuando filma la corte de Versalles, nos cuenta su vida de oropeles. Sus retratos de la soledad son deliciosos, y el de María Antonieta no es la excepción. Eso sí, el espectador que busque un curso de historia sobre la Francia del siglo XVIII, se va a decepcionar desde el primer acorde de la banda sonora. En vez de eso, Sofía Coppola nos ofrece su autorretrato: el de una autora con un extraordinario talento para la creación de atmósferas, y a la vez, el de una niña rica absolutamente insoportable. Quien sabe, quizá hasta tenga un perrito de esos enanos y antipáticos. 

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