Despierto en un hotel de Madrid y bajo a desayunar. Encuentro el lobby lleno de escritores que no dejan de hablar de crímenes, extraterrestres y espías. Súbitamente, es como si mi peor pesadilla se hubiese materializado. Trato de despertar, pero no lo consigo. Presiento que, a partir de este momento, nada será normal.
Estoy aquí para tomar el tren que lleva a los escritores a Gijón para la Semana Negra. Me habían dicho que era un lugar interesante. Pero ya desde el tren, las reglas de la realidad quedan en suspenso. Hay un búlgaro hablando de seres interplanetarios que asaltan los cuerpos de inocentes terrícolas. Hay un mexicano que ha cruzado el umbral maya de lo inmaterial. Hay un inglés que cambia su cuerpo todos los años, como quien cambia de auto.
A mi lado viaja Miguel Cane, un periodista que ha entrevistado a Nicole Kidman, Roman Polanski o Juliane Moore. Es como estar con Truman Capote en persona: lleva sombrero Panama, pantalón blanco y cara de escolar impertinente. Más adelante, se pone un pañuelo anaranjado con motivos de jirafas.
-Siempre he sido un fanático de las jirafas. Y de los pañuelos. Eso creo que es culpa de los boy scouts. Mi pobre padre me metió en los boy scouts para ver si se me formaba el carácter, porque ya veía que yo no le salía como él esperaba. Aprendí a hacer todas las tonterías de los scouts, pero hay cosas que nunca cambian, ya ves. A cambio, desarrollé esta gracia social. De veras, no creas que siempre fui así.
En busca de un poco de realidad, paso al vagón comedor, que los fumadores han declarado zona liberada. La niebla del tabaco le da al espacio un aire de cuento de Conan Doyle, pero al atravesar la muralla de humo, me encuentro a un grupo con una guitarra cantando canciones partisanas y antifascistas. Al lado está Barry Eisler, un americano igualito a Christopher Reeves que, además, ha sido agente de la CIA.
-¿Dónde fuiste agente de la CIA? –le pregunto.
-Un poco por todas partes.
-Debe ser un trabajo interesante ¿no? ¿Qué hacías?
-Nada en especial. Ser escritor es más interesante.
En este momento, el bloque antifascista se pone a cantar “comandante Che Guevara”. Pero lo que en realidad molesta a Eisler es el humo del tabaco y mis preguntas.
Así, el tren se interna entre los verdes montes de Asturias. Cuando se detiene, nos reciben bandas de gaitas asturianas u orquestas municipales. Ya en Gijón, mientras nos acercamos al recinto de la Semana Negra, hay un camello abriendo el paso de nuestro autobús.
Entre la confusión, converso con Jimmy Massey, que ha sido marine en Irak y se ha cargado a cantidades industriales de civiles inocentes. Es un gringo amable y sonriente, cuyo libro testimonial, desde luego, no se puede publicar en los Estados Unidos.
-No puedo seguir viviendo ahí –me dice-. El ejército me la tiene jurada. Me amenazan. Estoy pensando en mudarme a México o España.
Súbitamente, un sonido llama nuestra atención. Son dos elefantes, convocados para inaugurar oficialmente la Semana. Sobre el lomo de uno de ellos cabalga el director del festival, Paco Ignacio Taibo II. El agente la CIA está tomándole fotos con una camarita digital. Miguel pregunta si no tienen jirafas. Un hombre subasta libros en una esquina. Se anuncia un festival de cine sobre la mafia Yakuza.
Pero la verdad, nada de eso llama especialmente mi atención. Mi concepto de lo que es normal se ha alterado un poco en las últimas doce horas.