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Mi secretaria

Por 16 de abril de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Tengo una secretaria ficticia. La inventé hace un par de semanas, por exceso de trabajo. Un editor me pidió que escribiese un cuento para su revista. No tenía ningún cuento, pero no quería negarme y parecer un presumido, de modo que le mandé un mail exculpatorio. El mensaje decía:

-Estimado señor: soy la secretaria del escritor don Santiago Roncagliolo. Desafortunadamente, el señor Roncagliolo se ha recluido a escribir en una casa del Pirineo sin línea telefónica, de modo que no podrá satisfacer sus deseos. Atentamente, Vanessa.

A los dos días, el editor respondió:

-¿Y tú puedes satisfacer mis deseos? 🙂

Yo no sabía bien qué responder, porque ese editor es muy pesado pero francamente guapo, de modo que una negativa por parte de Vanessa habría resultado demasiado sospechosa. Así que decidí hacerme el tonto y escribirle:

-Estimado señor: como le dije en mi anterior mensaje, el señor Roncagliolo no podrá atenderle.

Su respuesta llegó horas después:

-Ya no quiero hablar con él. Me interesas tú. Vanessa es un nombre muy bonito.

En lo personal, me ofendió esa respuesta. Si de verdad quería el cuento, podía haber insistido más. ¿No? Además, me molesta que alguien le coquetee a mi personal en horas de trabajo. Me parece poco serio. Le respondí, disfrazado de Vanessa:

-El escritor don Santiago Roncagliolo ha adelantado su regreso y estará aquí la próxima semana. Quizá entonces pueda enviarle un cuento.

Esta vez, respondió en minutos:

-Ya cerré la edición y, la verdad, prefiero hacerla sin tener que recurrir al pesado de tu jefe. 🙂 Seguro que a ti tampoco te gusta cómo escribe.

Ahora sí, me indigné ¿Quién se cree ese idiota para hablar mal de mí, y encima frente a mi propia gente? Pero no podía responderle directamente, porque se daría cuenta de que le había mentido. Así que Vanessa se sentó en la computadora y le respondió de inmediato:

-Yo considero que el señor escritor don Santiago Roncagliolo es un autor genial. 

Él contestó:

-Creo que deberíamos vernos y discutir el tema. ¿Te parece bien encontrarnos el lunes en el bar Les Gens que J’Aime? 

Me puso tan furioso que me trepaba por las paredes. Ese mentiroso no sólo hablaba mal de mí, sino que su única intención era salir con mi secretaria. Seguro que iba a pedirle a Vanessa que me robase textos para publicarlos él, porque debo decir que ese editor, además, es un escritor frustrado. O peor aún, pensaba contratarla y dejarme sin secretaria. El muy canalla.

Decidí no volver a escribirle nunca más y olvidarme de él y de toda la historia. Pero Vanessa dijo que le parecía una cuestión de honor asistir a la cita y defender mi imagen. Le expliqué que no hacía falta, pero ella argumentó que, en todo caso, tenía derecho a hacer una vida personal fuera del trabajo, que tampoco se iba a pasar toda la existencia enviando mails. Discutimos, las cosas se salieron un poco de control, peleamos. Quizá yo estuve demasiado agresivo.

Al final, Vanessa ha renunciado. No quiere volver a trabajar para mí. Y lo peor de todo es que se ha llevado la copia de seguridad de mi disco duro. Estoy seguro de que se la va a entregar a ese miserable. Su cita es ahora mismo, y no dejo de imaginarme a ese par de traidores confabulando contra mí.

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