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Maneras de estar triste

Por 29 de septiembre de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Cuando queremos deprimirnos, los latinoamericanos montamos un circo. Lloramos, sufrimos, nos cortamos las venas, gritamos. La exteriorización impúdica del dolor forma parte de nuestra manera de superarlo.

En cambio, si uno recorre la sala Munch de la Galería Nacional de Oslo, encuentra genuinas muestras de la manera noruega de lidiar con la depresión. Munch -aquí le dicen Munk- se pone triste "para adentro", se hace un ovillo y se encierra en sí mismo a sufrir.

La descripción es literal: en uno de los cuadros, llamado Cenizas, una mujer se tira de los cabellos mientras Munch oculta la cabeza entre las manos en un rincón. En otro, aparece la figura del pintor apenas delineada en la oscuridad, pálidamente iluminada por la luna, difuminándose entre el humo del tabaco. En Melancolía (y fíjense nomás en los nombrecitos que escoge) se le ve en la playa, triste mirando al suelo, mientras al fondo del cuadro, para mayor escarnio, la gente de colores se divierte.

El equivalente latinoamericano como catalizador del sufrimiento es la canción romántica, de la que la cultura noruega carece. Comparemos, por ejemplo, a Munch con el baladista mexicano José José. Cuando le da por sufrir, José José no mira al suelo, sino al barman. Amenaza con emborracharse, cumple sus amenazas y está dispuesto incluso a alcoholizarse hasta la inconsciencia con otro tipo que está enamorado de la misma que él, como en Quiero que brindemos por ella. José Jose socializa y esparce su dolor. Con Munch se habría aburrido de lo lindo.

Quizá la explicación estriba en los motivos de la tristeza. Munch dedica por lo menos tres cuadros a la muerte: el fallecimiento de su hermana es retratado en uno de ellos, y otros dos muestran la agonía de esa mujer víctima de tubercolisis, pálida, más bien verde, atendida por alguien que la observa patéticamente. El sufrimiento de los demás cuadros se debe a cosas tan abstractas como la existencia, la soledad o la incomprensión.

José José, en cambio, sufre solo, única y exclusivamente por el amor que "vuelve a quien lo toma gavilán o paloma" porque "el que ama todo lo da" (y poco recibe en sus canciones), que la edad es un impedimento, que el abandono, que el desamor. Si Munch le contase sus penas, José José le propinaría sin duda un botellazo por perder el tiempo con tonterías.

De hecho, lo más cercano del pintor nórdico a un cuadro sensual, la Madonna, es una mujer oscura y vaporosa semioculta en la penumbra, con las ojeras más marcadas que los ojos. Hay un cuadro de un beso -se llama así, El beso– pero es un beso furtivo, arrinconado, y el centro del cuadro en realidad lo ocupa la ventana abierta sobre la aplastante ciudad.

En otra de sus pinturas, llamada El día después, una mujer reposa sobre la cama agotada, frente a una mesa llena de botellas vacías. Imagino que acostarse con Munch debe haber sido una experiencia emocional agotadora.

Luego, claro, de tanto sufrir para adentro, a Munch le roban los cuadros a plena luz del día y sus vigilantes no se dan cuenta. Pero esta semana, al fin, vuelve a colgarse en el museo del pintor su cuadro más famoso: El grito, una metáfora más de la angustia generalizada que produce el hecho de existir. Imagino que José José, si alguna vez visita la exposición, le echará un vistazo al lienzo con sus ojitos rojos, lo interpretará sesudamente y lo rebautizará con el nombre de La resaca.

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