Para cuando ustedes lean este post, yo ya habré recibido innumerables marcos de fotos como regalo de bodas. Habré pasado una semana sin leer el periódico del puro agobio de todos los preparativos. Habré paseado masivamente a mi familia por Barcelona, mientras ellos se detienen ante cada tienda de zapatos, paelleras o libros, según la personalidad de cada quien. Habré consolado a mi novia en sus angustias porque no consigue el peinado perfecto para la ceremonia. Habré tratado de asistir despierto a una exposición de todos los detalles de la cena. Habré decidido qué canciones se bailarán en la primera hora –cuando aún están presentes los invitados mayores- en la segunda –cuando vayan quedando sólo los jóvenes- y en la tercera –cuando la gente ya esté dispuesta a hacer el ridículo-. Habré recorrido el pasillo de una iglesia por primera vez desde mi primera comunión. Habré llevado puesto un traje carísimo y me habré fijado que nadie esté mejor vestido que yo, que para eso soy el novio. Me habré preguntado durante tres meses si debería casarme tan a la antigua, y ante la felicidad de mi suegra, me habré respondido que sí, que vale la pena verla contenta. Habré visto llorar a mi mamá, y habré recibido de mi padre unos gemelos y una corbata. Habré estado a punto de caerme de cara camino del altar. Habré dado de comer a un montón de gente, y habré tratado de no beber demasiado, ya que tengo la costumbre de irme a dormir borracho a medianoche. Quizá lo habré logrado. Habré bailado –pésimamente mal- unos valses peruanos que mi madre habrá hechos inútiles esfuerzos por enseñarme a bailar. Habré subido exhausto a una habitación de hotel gratis por organizar la cena ahí. Probablemente, habremos intentado culminar una noche de bodas de ensueño durante cuatro segundos antes de quedarnos dormidos. Habré despertado con un anillo en el dedo. Habré preparado las maletas para mi viaje de novios, que para los latinoamericanos lleva el pegajoso nombre de “luna de miel”. Habré metido diez calzoncillos, dos ropas de baño, unos lentes oscuros y cuatro libros. Habré tomado la computadora portátil, la chiquitita, y entonces mi novia –ya esposa- me habrá dicho:
-¿Qué es eso?
-El ordenador –le diré para que entienda-. Es que tengo que escribir mi blog.
-¿Estás loco?
-Tranquila, es sólo tres veces por semana.
-¿Estás loco?
-Es que el blog…
-La gente toma vacaciones cuando se casa.
-Pero es que…
-Saca esa máquina de ahí.
-Pero, cariño…
-¡O va la máquina o voy yo!
Como si no va ella no habrá nada que contarles, habré decidido transmitir en diferido por esta vez. Me tomaré un receso esta semana, y el lunes próximo regresaré con las incidencias del viaje de novios en Tailandia (no, cariño, no contaré nada íntimo). No desesperen, es sólo una semana. No cambien de canal. Y deséenme suerte. Hasta el lunes.