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Lecciones para ser una estrella

Por 17 de mayo de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

La primera vez que vi a Xavier Velasco fue en la televisión española, cuando recibió el premio Alfaguara 2003. Llevaba un traje Armani y una mirada psicótica, y con sus ojillos degenerados recitaba:

-La literatura no quiere que la respetes… la literatura quiere que le toquetees, que la tomes, que la violes…

Por entonces, Xavier solía amenizar las presentaciones de sus libros con “happenings porno artísticos”.

Yo pensaba que un ser como él sólo podía haber bajado de Marte. Y tuve la ocasión de comprobarlo personalmente el año pasado, durante la feria de Guadalajara. Xavier tenía una suite en el Hilton con minibar y otros placeres que se convirtió en la “Casa Abierta al Pueblo Xavier Velasco”. A partir de medianoche, por ahí desfilaban escritores del crack, músicos de Molotov, alcohólicos peruanos y toda la fauna que estas ocasiones convocan. Yo pasé ahí todas las noches de la feria. Cuando ya me iba, alguien me preguntó si me había gustado el centro histórico de la ciudad. Yo dije:

-¿Hay un centro histórico?

Con frecuencia, durante las tertulias del salón Velasco, saltaba la alarma antiincendios y los empleados del hotel subían a ver qué ocurría. Pero pronto comprendieron que toda la vida de Xavier es un gigantesco incendio con fuegos artificiales y luces de colores.

Para empezar, su ropa: Xavier presentó su libro con una corbata violeta, una especie de frac, un micrófono inalámbrico y unos memorables zapatos rojos con suelas amarillas, ante un auditorio atestado. El concepto que tiene Xavier de sus lectores es similar al de los fans de una estrella de rock, y los atiende como a tales. Su presentación era un concierto. Y se dedicó largamente a cada uno de los que hicieron una interminable fila para que les autografiase el libro. La feria cerró a las nueve, pero él se quedó con sus lectores hasta las diez y media en el lobby del hotel.

La última vez que vi a Xavier fue en Monterrey, a donde fue para presentar mi libro. Venía de Boston y traía un camiseta bahiaza de Olodum y una bolsa de compras más grande que su maleta. Había comprado un afiche tridimensional de Green Day, un muñeco plástico de Napoleón Dinamyte, una colección de spaghetti westerns en DVD, una yarda de cerveza con el logo de Coca Cola. Y eso sólo hasta donde llegué a ver. Cuando nos sentamos a beber una copa, le dije:

-Veo que todavía te queda el dinero del premio.
-No mames, güey, sólo me duró dos años.
-¿Y qué te compraste?
-No me acuerdo. Cuando me dieron el premio dije que lo peor que podía ocurrir era que me gastase el dinero en tonterías. Pero eso fue lo que hice.    
-¿Por qué no te compraste una casa al menos?
-Porque no me alcanzaba. Mi casa tiene cuatro dormitorios, jardín, terraza y dos perros que pesan más de cien kilos. Para vivir como quiero, sólo puedo alquilar.

Dos copas después:

-Cuando estés de gira, ten cuidado. Estás entrando en el mundo de las groupies. Y son un lío. Peligrosísimas. No te acuestes con ninguna.
Dos copas después.
-¿Sabes qué? Qué tontería. Acuéstate con todas.
-¿Tú te acostaste con muchas?
-Sobre todo con una que conocí en Guayaquil. Pero me la llevé a Perú y a Panamá.
-¿Le pagaste los pasajes? Eso no es una groupie. Eso es amor.
-No. Eso es que tenía el dinero. Ahora que lo pienso, ya sé en qué lo fui tirando.

Xavier no ha publicado una novela desde que ganó el premio. Él dice que todo el dinero que te dan es sólo para que sobrevivas durante todo el tiempo en que no vas a escribir. A pesar de eso, en la editorial no están preocupados. Una de sus editoras me dice:

-Xavier no es problema: lleva tres años vendiendo el mismo libro, pero es que se sigue vendiendo. Y tiene un público muy fiel, que lo sigue por todas sus presentaciones de libros.

No es fácil conseguir eso, porque te obliga a ser como Xavier: una estrella a tiempo completo, una estrella cuando estornuda y hasta cuando va al baño, una estrella desde que se levanta hasta que se acuesta. Y, me consta, se acuesta tarde.       

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