El intruso es el título en España de la película basada en la novela de Ian McEwan Enduring Love, que se estrenó la semana pasada y que yo, como fanático del novelista y de la extraña belleza de Samantha Morton, asistí a ver el día del estreno.
La película viene con garantía de haberle gustado al autor, ya que McEwan aparece en los créditos como productor asociado, lo cual por cierto es toda una lección de negocios. Houellebecq quiere dirigir su novela La posibilidad de una isla, y amenazó al grupo editorial Hachette con abandonarlos si no financiaban al menos la mitad. La amenaza del novelista implica que al grupo no le debe haber hecho ninguna gracia el guión del propio Houellebecq y no confía en su capacidad como director. En cambio, como los británicos son casi americanos –léase pragmáticos-, McEwan se aseguró desde su puesto de controlar el guión sin verse creativamente comprometido en él. Y, según sugiere el cargo de productor en el mundo anglosajón, puso su propio dinero.
Y sin embargo, o quizá por eso, el resultado es notablemente fiel a la novela, excepto que recompone astutamente su aspecto más criticado: el final. Entre otras cosas, evita la absurda escena en que el protagonista viaja a los bajos fondos ingleses a hacerse con un revólver y, cinematográficamente, añade tensión al añadir a la historia su progresiva crisis nerviosa. Además, se ahorra las escenas mil veces vistas en que la policía dice “no podemos hacer nada contra un hombre que no le ha hecho nada. Espere que lo maten y llámenos”. Nada mal para un thriller. Es verdad que Daniel Craig tiene un abdomen con cuadraditos inverosímil en un profesor universitario de biología, pero bueno, no se puede pedir todo.
Además, con sus gafas de niño pedante y su suficiencia de sabelotodo, Craig rescata el aspecto más crítico de Joe: su inexpugnable racionalismo. Porque aparte de una historia de suspenso con psicópata, Enduring Love es una fábula sobre los límites de la razón. Joe, un hombre con su vida perfectamente controlada, considera muy lógicamente que el amor es sólo un constructo teórico que el hombre inventa para justificar su necesidad de reproducirse. Pero en esta historia se enfrenta de porrazo al amor, el arte, la fe y todas esas cosas que él se creía capaz de explicar cuando trataba a las personas como ratas de laboratorio y olvidaba que él mismo era una de esas ratas.
Porque ¿qué haces ante un enajenado que cree que estás enamorado de él, y que todos tus movimientos son señales de pasión, y que, cuando le dices que lo odias, interpreta que le das señales equívocas? ¿qué te hace superior a él, o siquiera más racional? ¿cómo lidias con una razón tan individual como la tuya? ¿quién respalda tu autoridad para sentirte biológicamente mejor dotado? Y sin ir tan lejos ¿cómo le cuentas a tu novia que sus sentimientos son una necesidad reproductiva de la especie?
El filósofo Putnam tiene una imaginativa parábola al respecto: imaginemos que no somos personas, sino cerebros en una bañera, conservados en los líquidos nutrientes y con nuestras terminaciones nerviosas conectadas a estímulos de un ordenador. Por las mañanas creemos que nos despertamos, y que desayunamos y besamos a nuestra señora, y creemos que vamos a una oficina donde creemos que muchos otros trabajadores nos reconocen y saludan, pero es sólo lo que el ordenador proyecta, como en Matrix. Creemos tener problemas cotidianos, y análisis políticos, pero nada está ocurriendo más allá de nuestra bañera ¿Todo sería falso? Según Putnam, no. Nuestra realidad sería aquella a la que tenemos acceso. Aún si repentinamente dijésemos “sólo soy un cerebro en una bañera” mentiríamos. Hasta donde llega nuestra percepción –y nuestras palabras- somos personas. Alguien podría mostrarnos un balde y un cerebro y decirnos: “¿ya ves, idiota? Esto no eres tú.”
Joe, el protagonista de Enduring Love, es precisamente eso: un hombre que cree haber visto más allá de su bañera, arrojado repentinamente al mundo real, donde todas sus teorías, aunque sean ciertas, son falsas, donde el mundo perfectamente racional que ha construido no sirve para nada.
Y ustedes ¿Están ahí o son sólo productos de mi bañera?