Santo Tomás de Aquino era tan grueso que pasó sus últimos años sin salir de su estudio, y tras su muerte hubo que ampliar la puerta para poder retirar su cadáver. Por eso, hoy por hoy, el teólogo medieval tendría nuevos elementos de juicio para su teología.
En menos de cuatro años, tres cuartas partes de las patentes farmacéuticas expirarán. Eso significa que los países y los pequeños laboratorios serán libres de producir y distribuir medicamentos contra el SIDA, la tuberculosis y demás enfermedades sin que estorben los intereses de las transnacionales ¿será el fin de las corporaciones farmacéuticas? Quizá no. Según parece, aún les queda una tabla de salvación: los gordos.
En efecto, el sector farmacéutico prepara 60 pociones diferentes para proveer a los 1.000 millones de personas que ya padecen sobrepeso y a los 500 millones de nuevos obesos que surgirán hasta 2015: un total de 1.500 millones de gorditos que se niegan rotundamente a hacer ejercicio o comer menos, y prefieren que una pastilla se ocupe del problema.
Algunos de los medicamentos previstos son para adelgazar, es decir, están dirigidos a pacientes que prefieren verse bien sin esfuerzo. Pero la mayoría de ellos no adelgazan sino previenen las enfermedades derivadas del sobrepeso: problemas arteriales, metabólicos y otros. Esos son para gente a la que no le importa estar gordita mientras eso no implique estropearse la salud.
Si sumamos a estas cifras el crecimiento de la medicina estética en los últimos años, la conclusión es sorprendente: cada vez más, la investigación y desarrollo de la ciencia no pretende curar nuestras enfermedades sino alimentar nuestros pecados capitales, como la vanidad o la gula. Santo Tomás, seguramente, no aprobaría esa actitud. Pero a ver luego quién lo llevaría a enterrar.