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El tren de los pobres

Por 9 de mayo de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Desde que llego a Medellín, todo el mundo me recomienda dar un paseo por MetroCable, el último grito de la tecnología en transportes. Ya al entrar en el metro regular, tengo la impresión de encontrarme en uno de los más vistosos de América Latina. En vez de subterráneo, el sistema es aéreo, y desde sus ventanas se aprecian las estatuas de Botero, la confusión del centro, las iglesias antiguas y los verdes cerros que rodean la ciudad. Pienso que incluso en ciudades asoladas por la violencia y la pobreza, la modernidad se abre paso rauda e imponente, como este tren.

Sin embargo, en un momento dado, el vagón empieza a avanzar paralelo al río Medellín, y el espectáculo se transforma. Los edificios dejan su lugar a las casas de ladrillo pelado que pueblan las laderas. Los perros callejeros se mezclan con los niños descalzos. Las bolsas de basura se acumulan. Mi acompañante me explica que ahí estaba el basural municipal hasta que la gente llegó y se instaló a vivir. Estamos viendo la Comuna Nororiental de Medellín, una de las zonas más pobres de la ciudad.

Antes, a este barrio no se podía entrar. Las cuadrillas de los traficantes campeaban a sus anchas, y ni siquiera la policía se atrevía a enviar patrullas. Pero hoy en día, un gigantesco sistema de 90 funiculares, como burbujas de acero, recorre más de 4 kilómetros hacia lo alto de los cerros. Cada uno de ellos tiene espacio para diez personas, y sus instalaciones son cómodas y limpias. Esto es el MetroCable.

Al principio, me parece estar en una película como Blade Runner. El cubículo acristalado da la impresión de planear suavemente a cincuenta metros del suelo. Pero pasado un rato, el espectáculo me recuerda más bien a La vendedora de rosas. Bajo mis pies se extiende una zona de inmuebles sin techo y buses atestados, de bolsones de miseria con las mejores vistas de toda la ciudad. Le digo a mi acompañante:

-Así que el principal atractivo turístico de Medellín es mirar a los pobres.
-No –me responde-. Esto es para que los pobres miren a los ricos en jaulas.

La periodista Aura López dice que la instalación del MetroCable implicó una recalificación del terreno y, por lo tanto, un importante aumento de los tributos municipales que pagan los vecinos. Según ella, además, no es verdad que la seguridad ha aumentado, sino que los traficantes han sido reemplazados por los paramilitares. Aura dice que ese es el trato del gobierno con ellos: a cambio de su desmovilización del campo, los movilizan a la Comuna, los uniforman y los premian. 

Hasta donde llego a ver, es verdad que la presencia militar es notable en este barrio, como en todo el país. En el MetroCable, efectivos uniformados ayudan a la gente a subir a las cápsulas. En las estaciones, patrullan armados con garrotes y armas de fuego. En el vagón en que regreso al centro, uno de ellos me obliga a levantarme y cederle el asiento a una señora. Lleva en los hombros estrellas con laureles. Y debajo de ellas, la inscripción “Dios y Patria”. En sus solapas aparecen pistolas cruzadas, y su corte de pelo es un rapado militar. Pero cuando lo veo de cerca, me doy cuenta de que su uniforme dice Policía Nacional.

-Qué bonitos sus galones –le digo-. Pero pensé que era militar. ¿Es usted policía? 
-Soy policía –asiente-. Pero ahora llevamos todo igual que los militares. Hacemos el mismo entrenamiento, usamos las mismas armas…
-Hasta el mismo uniforme.
-No exactamente. El nuestro es verde. El de ellos es de camuflaje. Es que nosotros actuamos en las ciudades y ellos en el campo. Pero por lo demás, somos iguales.

Lo felicito por su noble labor y me bajo. Al salir de la estación, veo una foto publicitaria del presidente Álvaro Uribe con un bebé en brazos. Fue tomada precisamente durante la inauguración del MetroCable. El eslogan de campaña es sencillo: “Adelante Presidente”. Me pregunto qué tan lejos está adelante.

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