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El fantasma de los bárbaros

Por 10 de noviembre de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

El fantasma de los bárbaros

He pasado mis primeras elecciones en Cataluña, y desde el punto de vista de un inmigrante, ha sido una experiencia de lo más curiosa. El candidato de CiU Artur Mas nos ofreció un carné de la seguridad social por puntos según nuestro grado de “catalanidad”. Yo ya chapurreo algunas frasecillas de catalán (como pastenagues sisplau y ¿com es diu? poco más) de modo que en un gobierno de Mas me atenderían un resfriado o un dolor de cabeza, pero para curarme una hepatitis necesitaría el nivel avanzado. Me pregunto qué haría alguien como el nuevo president Montilla, que tampoco es que vaya a triunfar en la Academia de la Lengua Catalana. Quizá su nivel dé para ser presidente de la Generalitat, pero como se rompa una pierna, se tendrá que buscar un traumatólogo en Murcia.

La verdad, no me sorprendió esta propuesta viniendo de CiU, algunos de cuyos miembros más conspicuos ya habían instado a los catalanes a tener más hijos, no fuese a ser que acabemos con la catalanidad a punta de reproducirnos. En el fondo, la actitud no es muy distinta que la del PP, cuyo portavoz Ángel Acebes criticó hace unos meses que hubiesen soltado por las calles de Cataluña a un contingente de africanos sin hacerles exámenes médicos. Supongo que temía que fuesen a morder a alguien. 

Lo que me sorprendió más fue escuchar comentarios -más educados pero orientados en el mismo sentido- provenientes de la izquierda, que siempre había hecho bandera de lo contrario. Tanto socialistas como líderes de Esquerra Republicana expresaron durante la campaña que Cataluña no podía estar atendiendo a todos los inmigrantes descontroladamente. Como si esos inmigrantes no estuviesen pagando por la Seguridad Social, como si fuese un favor o una caridad. Y como si, además, fuese descontrolada. Me gustaría que alguno de los políticos europeos tuviese que pasar por la cantidad de trámites, colas y demoras que supone para un inmigrante reclamar derechos esenciales, para que luego vaya por la vida diciendo “qué horror, qué descontrol”. 

Anthony Giddens decía en una entrevista reciente que los europeos perciben que su principal problema es la inmigración, que asocian a la delincuencia y ahora al terrorismo. Ante esa percepción, la derecha propone cerrar las fronteras, aumentar la cantidad de policías en las calles y reducir los beneficios laborales de los extranjeros. La izquierda, por su parte, no propone nada. Y pierde votos. En realidad, no existe una disyuntiva ideológica: la cuestión es que nadie va a ganar unas elecciones si no tiene una propuesta para contener a los bárbaros.

Por eso, nadie discute tampoco si hay un verdadero problema con esos bárbaros. Paradójicamente, la extrema derecha europea ha crecido precisamente en las provincias con menos población inmigrante, como el Este alemán o el ámbito rural francés. España no es la excepción. Hace un año comenté en este blog una encuesta, según la cual, los españoles opinan que los inmigrantes son demasiados porque creen que alcanzan el 20% de la población, pero el porcentaje real de inmigrantes no llega ni a la mitad de esa cifra. Los ciudadanos europeos tienen miedo y esperan que sus políticos respondan a ese miedo. El propio PSOE, tras la crisis de las pateras del último verano, endureció su discurso para no perder puntos ante la opinión pública.

El peligro de esto es que las políticas se decidan basadas en esos miedos y no en los hechos. La mano de obra inmigrante ha empujado a pulso el crecimiento económico español, y se ocupa de sectores como la atención a los ancianos y la agricultura, que quedarían descubiertos sin ella. No se trata de abrir las fronteras indiscriminadamente, pero sí de que los ciudadanos sepan que votan contra sus propios intereses y, por cierto, crean una profecía autocumplida. Mayoritariamente, los inmigrantes no representan un problema social. El índice de delincuencia entre los inmigrantes con trabajo es incluso menor que el de los españoles con trabajo. Pero si se les estigmatiza, se les acosa y se les convierte en un ghetto, que no quepa duda de que ese fantasma se hará realidad.      

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