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El aborto y el mercado de trabajo

Por 14 de febrero de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Mi visita a Portugal coincide con el referéndum sobre la despenalización del aborto. Durante días, los diarios y la televisión no hablan de otra cosa. Incluso los escritores invitados al encuentro literario dedican algunas de sus intervenciones al tema, la mayoría de ellas en apoyo a la ley que, de aprobarse, permitirá a las mujeres abortar sin restricciones.

En efecto, la mayoría de intelectuales y periodistas que conozco apoyan la norma, que ya existe en casi toda Europa. Y sin embargo, a la hora de hacer campaña, los antiabortistas lo tienen más fácil. Por toda Lisboa hay carteles con el eslogan: “Aún estás a tiempo de salvar muchas vidas: vota no”. ¿Es posible una publicidad más contundente? En el telediario, un hombre nos presenta a su hija –una quinceañera saludable e inteligente- diciendo que su madre la quería abortar. Un correo electrónico masivo y apócrifo te pregunta si considerarías autorizada a abortar a una mujer en caso de que fuese sifilítica, miserablemente pobre y ya tuviese once hijos. Si dices que sí, te responde: “Felicidades. Acabas de matar a Ludwig van Beethoven”.

Sin duda, desde un punto de vista moral, la idea de causar la muerte de un feto indefenso resulta difícil de defender. Pero ¿son inmorales las mujeres que abortan? ¿deben ser consideradas asesinas?

La mayoría de las que aparecen en los telediarios son mujeres sin recursos y con ominosas cargas familiares. Pero también las hay de clase media o alta que sencillamente quieren decidir en qué momento ser –o no ser- madres. La maternidad determina a una mujer para el resto de su vida, y muchas prefieren esperar a tener las condiciones deseadas. Una me dice: “no estoy a favor del aborto. Sólo estoy a favor de que no me metan en la cárcel por sufrirlo, como si no fuera ya bastante difícil tomar esa opción. La gente no va por la vida abortando de puro vicio”.

En el plano moral, la decisión es qué valor debe primar: la vida o la libertad. Hay razones para defender ambas posturas. Ahora bien, la discusión sobre cualquier ley debe considerar otra pregunta, y es: ¿qué tipo de sociedad se construye con ella?

En una sociedad sin aborto, más que los niños no deseados, se multiplican las profesionales no deseadas. Ellas pueden amar a sus hijos y educarlos bien, pero encuentran más dificultades para desarrollar una vida fuera de la familia, su nivel de formación es menor, y el tiempo que pueden dedicarle al trabajo también. Eso las vuelve más dependientes de los hombres. Y, por cierto, resta competitividad al mercado. Las democracias capitalistas más desarrolladas son aquellas en que la mujer se ha puesto a producir y a consumir en mayor grado. Y eso sólo es posible desde que existen métodos de contraconcepción e interrupción del embarazo que permiten a las mujeres controlar la maternidad.

En una sociedad con aborto, en cambio, las personas tienen menos necesidad de formar familias. Michel Houellebecq hace notar en una de sus novelas que el occidente contemporáneo es la primera sociedad de la historia de la humanidad en que la gente no quiere reproducirse. Y es verdad. Las tasas de natalidad son más bajas en los países en que la realización individual de las personas no pasa por criar hijos. En un país con aborto, los profesionales –sobre todo las profesionales- dedican su energía a producir.

¿Es preferible un país de trabajadoras o de madres?

Eso es lo que Portugal ha votado este domingo.

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