¿Está usted cansado de presidir un país pobre sin voz en ninguna instancia internacional? ¿Harto de ser vapuleado e ignorado por los líderes más poderosos? ¿O quizá simplemente ansioso de mostrarles a esos líderes y a sus compatriotas lo macho que es y lo fuerte que grita? Tenemos la solución para presidentes como usted: una bomba atómica.
¿Lo duda? Remitámonos a las pruebas. Al final de la guerra fría, resultó que los soviéticos no tenían sistemas de radar ni para detectar una avioneta alemana. Pero nadie los atacó, porque vaya a saber luego cómo responden. Hasta hace unos años, Irán no tenía ni embajada de EE. UU., y ahora es el eje de la política internacional del imperio. Y Corea del Norte… por favor, en Corea del Norte no hay ni siquiera luz eléctrica. Y ahí está Kim Jong Il, con su peinado afro eléctrico y sus lentes a lo Elton John, tiene a Bush suplicándole que se siente en una mesa a su lado y el de China. Ya quisieran eso países como Brasil o Argentina, aunque ahora que recuerdo, ellos ya negociaron sus programas nucleares. Más o menos, la cosa es así: si no tienes un programa nuclear, eres una piltrafa geoestratégica.
Construir la bomba es caro y complicado, además de lento. Pero no se preocupe: tampoco hace falta que tenga usted un arsenal listo para empezar a negociar. Hay alternativas interesantes que le permitirán ganar tiempo para ir ahorrando para terminar de pagar las letras de su cabeza nuclear o su lanzadera. A continuación le presentamos algunas de ellas para que escoja la que mejor se adapte a su bolsillo:
1. ¿La tengo o no la tengo? Esta opción es llamada también “la israelita”. Consiste en que usted nunca admite que tiene armamento nuclear pero todo el mundo lo sabe. Los periódicos hablan de la proliferación nuclear en la región y dicen: “Israel también cuenta con estas armas, aunque lo niega”. El encanto de esta idea es que nadie sabe cuántas tiene, ni en qué estado están, pero nadie quiere ser el primero en saberlo.
2. A que no me atacas. Este es un programa pujante y viril cuyos mejores representantes son los iraníes. Dicen que no quieren la bomba, y carecen de infraestructura para construirla –de momento-, pero cada día están más cerca. EE. UU. los odia profundamente, pero tras el desastre de Irak no puede invadirlos. Así que el presidente Ahmadineyad se pasa la vida gritando: “a ver, invádeme ¿no eras muy hombre? ¡Quiero verlo!”. Es como tocarle las narices a un ogro amarrado a un árbol.
3. Por favor, atácame. Esta es la alternativa coreana, y en España se le conoce como “plan pulga cojonera”. Consiste en que, mientras EE. UU. invade un país por tener armas de destrucción masiva, uno le dice “yo también tengo armas de destrucción masiva ¡atácame!”. Luego resulta que el primero no las tenía, y entonces hay que repetir “¡Yo sí tengo armas de destrucción masiva!”. Al final, cuando parece que EE. UU. se olvida de uno, hay que usar las armas, aunque sea bajo tierra. Dos semanas después, están listos para negociar.
Así que ya lo sabe. No es obligatorio tener el arma para hacer rentable la inversión. Sólo necesita una planta nuclear que, a este paso, le saldrá más barata que comprar gasolina. Piénselo bien. Piense en su futuro, y en el futuro de los suyos. En Asia ya todos los hogares tienen bombas ¿Va usted a quedarse atrás?