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STYRON

Por 3 de noviembre de 2006 Sin comentarios

Jean-François Fogel

Hace ya casi un cuarto de siglo pasé varios días con William Styron en la isla de Martha’s Vineyard. Era el fin del verano. Días de calor y tardes fresquitas. Hacía una larga entrevista al novelista para una revista semanal francesa. Se trataba de comprender el éxito mundial de su novela Sophie’s Choice. Una especie de mirada atrás para entender el encuentro entre una obra dedicada al malestar de una sobreviviente de los campos de exterminación nazi y una audiencia que abarcaba muchos países y culturas. No sé si Styron murió en su casa de Martha’s Vineyard o en el pequeño hospital de la isla, pero me acuerdo muy bien de su manera de comportarse en su casa. Era un hombre fuerte en su mundo, un mundo cómodo hasta el anochecer. El primer síntoma, imperceptible, de la disminución de la luz le provocaba una ansiedad obvia. Quería salir, moverse. Muy rápidamente entendí que quería beber y que para nada era una “happy hour” la hora de la bebida. Styron era alto, daba una impresión de potencia hasta el atardecer, cuando había que interrumpir (creo que fueron tres tardes) sabrosas conversaciones. Me quedan dos recuerdos.

El primero tiene que ver con los sacapuntas. Styron escribía a mano, con lápiz sobre papel. El lápiz era cualquier lápiz, el papel era amarillo, con ligeras rayas, lo que en EE. UU. se llama “legal pad” pues es el papel que se utiliza para tomar notas en un juicio. Pero el problema de Styron no tenía que ver con el papel o el lápiz. El problema era la punta. Solo podía escribir con un lápiz puntiagudo. Cuatro líneas, quizás cinco y ya tenia que hacer algo. La solución cabía en dos enormes vasos. Un centenar de lápices listos para escribir a un lado de la mesa de trabajo; un vaso vació al otro lado. Poco a poco, al escribir, Styron pasaba los lápices de un lado al otro. Al final del día, tenía que sacar puntas a cien lápices, quizás ciento cincuenta. Aquí estaba el problema. ¿Era mejor el sacapuntas antiguo con manivela o se justificaba el uso de un sacapuntas eléctrico importado de Japón? Styron tenía tremendas dudas pues el tiempo dedicado a sacar puntas a los lápices era también el momento de revisión crítica de su labor del día. Me acuerdo muy bien de sus argumentos y sus dudas frente a una alternativa que no era frívola.

El otro recuerdo es más bien propio de su obra. El momento de la verdad en la entrevista, creo, fue una discusión sobre “the absolute evil” (el mal absoluto). Styron afirmaba creer en el mal absoluto, lo que su obra dice a gritos. Contesté su postulado con una maniobra judeo-cristiana diciendo que se podía aceptar la existencia del mal absoluto bajo una condición: la existencia simultánea del bien absoluto. Y Styron respondió: “con relación al bien, no sé, pero creo en la existencia del mal…”.

Último recuerdo: Styron había empezado a escribir su novela en la tercera persona del singular, optando después por la primera, por la voz de Sophie que es la narradora. “Es imposible ahora escribir una novela en la tercera persona pues falta la audiencia que cree en la existencia de Dios, la audiencia dispuesta a creer lo que cuenta la voz del novelista/Dios”. Claro que era muy fácil oponer una larga lista de novelas para desmentir su teoría, pero era interesante escuchar un heredero de Faulkner citar la existencia de Dios como herramienta del novelista.

Los dos artículos del New York Times sobre la muerte de Styron ni siquiera tocan el tema de Dios (el de Michiko Kakutani es el mejor). Por casualidad, releí hace poco Las palmeras salvajes de Faulkner. No es difícil encontrar lo que decía uno de sus personajes en el tercer capítulo, poco más de treinta años antes de mi entrevista a Styron: “we have radio in place of God’s voice” (tenemos la radio en lugar de la voz de Dios).

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Jean-François Fogel

Jean-François Fogel Periodista y ensayista francés, trabajó para la Agencia France-Presse, el diario Libération, el semanal Le Point y el mensual Le Magazine Littéraire. Ha vivido una parte de su vida en España donde empezó una segunda carrera como asesor para empresas de prensa. Fue asesor del director del diario Le Monde, desde 1994 a 2002, y sigue trabajando en la concepción y la remodelación continua del sitio Internet creado por el vespertino. Es maestro y presidente del Consejo Rector de la Fundación Gabo. Ha publicado varios libros sobre literatura francesa y sobre América Latina, entre los que destaca  un ensayo sobre el periodismo digital, Una prensa sin Gutenberg (Punto de Lectura, 2007).

En 2010 se dedicó a renovar los seis sitios de los diarios del grupo francés SudOuest, donde continua siendo asesor de la estrategia digital. En los últimos años, se encargó de la creación de una plataforma de información digital para el grupo France Televisions, una de las tres más importantes de Francia. Asesora a varios medios en Europa y América Latina tanto en la concepción de sitios, como en la organización de la producción digital. Es director del Executive Master of Media Management, del Instituto de Estudios Políticos de Paris (Sciences Po).

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