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Blogs de autor

Amnesia II

Por 28 de mayo de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Y entonces, Guido abrió los ojos.

-¿Qué ha pasado? –dijo, y luego, la pregunta que todos temíamos-. ¿Quién soy?

El médico, la enfermera y el vecino con gastroenteritis de la cama de al lado me miraron a mí esperando mi respuesta. La pálida luz del sol se filtraba por la ventana como una rejilla sobre mi amigo. Me aclaré la garganta y dije:

-Pues… nadie. No eres nadie, la verdad.

El médico me miró con reprobación, pero yo continué:

-Has estado en coma durante toda tu vida. Bueno, casi. Esto te dio muy chiquito.

-¿Tengo nombre?

-Pues… yo qué sé… Amador. Sí, Amador está bien.

-¿Y ahora qué hago?

-Tienes la oportunidad única de ser quien quieras. Hacer lo que quieras. Eres un hombre en blanco. Puedes ser una estrella de rock, el entrenador del equipo ruso de gimnasia acrobática o un filólogo en lenguas muertas.

-Pero sé hablar. ¿Cuándo aprendí eso?

-No lo sé –y me quedé pensando una manera delicada de expresarle mi amistad-. En fin, adiós.

Me di vuelta y traté de irme para dejarlo vivir su vida maravillosa, pero no pude. Antes de cruzar la puerta, me volví. Amadorcito estaba de pie en medio de la habitación, sin saber qué hacer. Una enfermera le había dejado la cuenta en su mesita de noche. El vecino de la gastroenteritis le había robado su vaso de agua. Amador era la viva imagen del desamparo, incapaz de valerse por sí mismo, y todo por culpa de la irresponsabilidad de algún lector de blogs con exceso de romanticismo. Pensé que, al fin y al cabo, eso no era mi problema. Pensé que después de todo cada quien tiene su vida y no podemos estarnos ocupando de los problemas de todos los demás. Pero a mi pesar, me oí decir:

-Puedes venir a mi casa.

Durante los primeros días, traté de usarlo como servicio doméstico. Rompió cuatro platos y se hizo pipí en el armario de las toallas. A partir de entonces, me limité a dejarlo que viese televisión todo el día. Pero se hizo pipí en la televisión. Quien me dio el consejo de dejarle la mente en blanco me había dicho: “habrá cosas que pierda pero también que ganará”. Por lo pronto, había ganado un juego de pañales Pampers y una reprimenda.

Comprendí que empezar de cero implica carecer de la más mínima idea de nada. Nuestra libertad está hecha de miles de pequeñas tonterías que vamos aprendiendo durante la vida.

En fin, que lo inscribí en un jardín de infantes. A la profesora le extrañó que tuviese 45 años y barba, pero ninguna ley limita la edad de entrada si pagas matrícula completa.

La verdad, me enternece. A menudo lo ayudo con sus tareas y le he comprado un video de Barrio Sésamo. Le he enseñado a amarrarse los zapatos. De vez en cuando, saltando con brillo en los ojos, me pide quedarse en el colegio un rato más. Cuando le pregunto por qué, se ríe pícaramente y no me responde.

Creo que tiene una noviecita.         

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