Adivina, adivinanza. Tres historias dolorosas aparentemente inconexas resultan enlazadas por azar gracias a un acontecimiento violento que involucra un automóvil. Una de las historias es intimista, la otra es ultraviolenta y la última, de temática social, pero todas se regodean en el dolor y/o la sordidez. La imagen con algo de grano y unos toques de cámara subjetiva dan esa impresión de cuidadoso descuido que aporta realismo a la historia. ¿Qué película es de Alejandro González Iñárritu?
Pues todas. Es que son iguales entre sí.
Y su última entrega, Babel, no es una excepción. Aclarémoslo: no estamos hablando de la película casera de un estudiante de quince años. Como en Amores perros y 21 gramos, la acción es trepidante, la fotografía monumental, los personajes verosímiles y el guión muy bien construido. Casi el problema es que está demasiado bien, como una lección aprendida de paporreta por el mejor estudiante de la clase.
Y, para el que ha visto las películas anteriores del director mexicano, eso es exactamente Babel. Uno la ve con la sensación de que ya le sabe todas las mañas. Lo único que da grandes saltos de una película a otra es el presupuesto: empezó en México con Goya Toledo, siguió en EEUU con Sean Penn y ahora termina en Japón y Marruecos con Brad Pitt ¿Alguna idea revolucionaria para la próxima? ¿Qué tal Julia Roberts en Australia o Tom Cruise en la Antártida?
Por supuesto, si Babel fuese la primera de la trilogía, gozaría como Amores perros del beneficio de la sorpresa, y sería tan impactante como lo fue aquella. Pero cuando uno ya se sabe el truco, empieza a fijarse en cosas que antes pasaban desapercibidas, como la cantidad de tragedias que le ocurren al pobre Brad Pitt. En alrededor de dos horas, al bueno de Brad se le muere un hijo, le disparan a su esposa, sus otros dos niños se ven envueltos en un confuso incidente en la frontera y terminan tirados en algún lugar del desierto de California. Y todas estas desgracias transcurren en tres países. El mundo está globalizado, sí, pero no tanto.
¿Está el director plagiándose a sí mismo? No siempre. Algunos detalles (como las palabras finales que el público no llega a entender de la chica japonesa al hombre con que sostiene una relación platónica) más bien han sido tomados de Lost in translation de Sofia Coppola. Pero mayormente, sí, asistimos a su lenguaje habitual, con las mismas frases, los mismos giros y la misma lógica.
En un principio, ese lenguaje era un mazazo, porque venía acompañado de una nueva manera de entender el cine y el mundo. Pero en Babel, lo que queda es precisamente lo que ya no es nuevo. Lejos de la confusión de la ciudad bíblica, este filme de factura impecable tiene la uniformidad y la ausencia de sorpresas de una fábrica de jabones.