
Eder. Óleo de Irene Gracia
Eduardo Gil Bera
El domingo 10 de agosto de 1535, a la hora de misa, se abolió la misa, y los fieles procedieron al pateo, incendio y destrucción de los cuadros y estatuas por heréticos, malignos y contrarios a la verdadera religión.
Del cuadro reproducido arriba, panel de un tríptico del altar mayor de la catedral de Ginebra, los hugonotes rasparon piadosamente a cuchilla las caras de las figuras, por falsas. En cambio, el lago Tiberíades les debió de parecer auténtico. En todo caso, este panel se salvó, aunque las caras que se ven ahora en el museo de arte e historia son resultado de al menos cuatro intervenciones mayores, la primera antes de 1689, luego en 1835, en 1915-1917, y por fin, en 2011-2012.
Esta obra está reputada como la primera pintura de un paisaje natural. Hasta entonces, los artistas sólo había reproducido ciudades y monumentos. Ahí puede contemplarse una vista del lago Lemán en 1444 (el gran surtidor quedaría a la izquierda, tras el último remero).
El autor es Konrad Witz (el cuadro está firmado en el marco por “conradus sapientis” traducción latina de su nombre), que era en efecto un chistoso que pintó Ginebra sin Ginebra, puso a la derecha esa torre arruinada que parece nada, pero oculta cuidadosamente la urbe, la muralla y la catedral, y se centró en los verdes, la refracción, la atmósfera, y esas minucias.
¿Por qué un paisaje real? Faltaban cuatro siglos para la invención del paisaje como categoría mística. Éste se pintó pensando en quienes lo iban a reconocer, y pone en escena la paz, riqueza y orden del gobierno encargante de la obra. Hay, por ejemplo, unas mujeres que lavan y tienden la ropa en la orilla del lago, cosa sólo posible en una ciudad segura.
Es como esa parte del escudo de Aquiles en la Ilíada, donde se describen las afueras y campos de una ciudad laboriosa y pacífica, una ciudad que sus habitantes reconocerían, y cuyo gobierno les regalaba epopeyas.