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Tres vistas de Sicilia

Por 3 de agosto de 2012 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Eduardo Gil Bera

Sicilia formaba parte del horizonte del poeta de la Odisea. La isla es mencionada con frecuencia en el poema, y es un ejemplo repetido de la técnica poética de dejar en suspenso y decir después, que tiene un nombre griego largo y complicado del que haré gracia porque estamos de vacaciones. Los griegos iniciaron la colonización siciliana con la fundación de Siracusa, patria de Arquímedes, en 733 a. C., y llamaron “sikeloi” a los sicilianos. Estos hablaban una lengua emparentada con el latín y llegaron a la isla hacia 1200 a. C. Los griegos, según la Odisea, empleaban la expresión “mandar alguien a Sicilia” con el significado de deshacerse de él. Sicilia debió de ser un importante centro de compraventa de esclavos. La amenaza al mendigo Iro de ser enviado allá se apoya en ese sobreentendido. Los peligros de Escila y Caribdis no andaban lejos de la isla. Vista desde la Odisea, Sicilia parece inquietante.
 
Otra panorama siciliano es el que se aprecia desde el Gatopardo. Se ve a Burt Lancaster ocupando el plano y tapando el paisaje. Sin duda le gustaba mucho a Visconti y con tan fausto motivo no nos deja ver el escenario, que sí es siciliano, para empacharnos de Lancaster, el rudo de cartón piedra. Es raro que no lo sacase en minifalda y mostrando más busto que la Cardinale. Quizá aparezcan alguna vez las tomas falsas, o sea verdaderas, de Lancaster viscontizado. La cosa es que ahora dice uno “Gatopardo” y aparece Lancaster fagocitando el plano. Estoy seguro de que es uno de los motivos de que tantos aficionados digamos que preferimos el Lampedusa de las Conversaciones literarias al del Gatopardo, así como de que al propio Lampedusa lo recordemos con cara de Lancaster, vaya posteridad signore mío.
 
Hoy, en cambio, la capital siciliana aparece envuelta en una zorrera negra y pestilente. Es la basura que arde sin que los veintisiete mil (27.000) funcionarios forestales ni los bomberos aparezcan. Un funcionario forestal por cada trescientos sicilianos —les debe de tocar un cuarto de lentisco y medio romero a cada uno— y, en esa misma proporción, todo el resto de funcionariado. Sicilia tiene un aparato administrativo tan gigantesco que ríase usted de Escila y Caribdis. Tres veces más funcionarios por habitante que el resto de Italia. “Somos la Grecia de Italia” dicen los sicilianos. Un taquígrafo  de parlamento gana 6.500 euros al mes, sueldo siciliano. El parlamento tiene noventa señorías que cuestan medio millón al año y, en total, ciento cincuenta mil sicilianos cobran de la administración, que es la madre de todos los corderos. El paro es casi del veinte por ciento, doble que en el resto de Italia. Casi un tercio de las familias sicilianas no tienen funcionarios ni mafiosos  entre sus miembros, por lo que viven por debajo del umbral de pobreza. Un umbral prohibitivamente alto.
 
Hasta la mafia ha empezado a irse, apenas quedan algunos mafiosos mayorencos que añoran los viejos tiempos. Las nuevas generaciones mafiosas prefieren ganar dinero en el norte y luego invertir en cualquier parte que no sea Sicilia.
 
Los esclavos odiseicos serían hoy funcionarios y Fabrizio Corbera, el que hace de Lancaster en la película, sería parlamentario. Pero consolémonos, hay regiones europeas, e incluso españolas, que superan holgadamente a Sicilia en falta de liquidez, paro y quiebra política.

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Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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