
Eder. Óleo de Irene Gracia
Eduardo Gil Bera
Ayer traía el Frankfurter Zeitung una entrevista al poeta sirio Adonis, que tiene un nombre la mar de mesopotámico y vive en París, como es natural. Se expresa este hombre de 83 años con claridad poco frecuente en su oficio sobre el follón arábigo, y era muy crítico con todo el mundo. Ya cuando empezó el bombardeo bondadoso de la primavera árabe dijo que él no podía participar en una revolución que se inicia en una mezquita porque, ya de entrada, eso no tiene nada que ver con libertad y democracia. Toda sociedad que se basa en legislación religiosa es una dictadura, asevera. Y es incluso peor que una dictadura militar, que aspira acontrolar las cabezas e ideas políticas, mientras las bondades islámicas quieren gobernar además el corazón, el alma y el cuerpo de todos.
Adonis está persuadido de que hoy por hoy la sociedad árabe no es compatible con el laicismo y sostiene que los árabes llevan mil quinientos años sin salir del círculo vicioso de aspirar al poder sin dar un paso que impulse cambios sociales en dirección al progreso.
Respecto a los revolucionarios sirios, los considera apoyados por Estados que no tienen ningún interés en terminar con la violencia en Siria, y que pretenden debilitar el país. En concreto, cree que Arabia Saudita, Qatar y Turquía aspiran, con la excusa de un islam moderado, al sometimiento de todos los países, desde Marruecos hasta Paquistán, a un suprapoder sunita. Y está persuadido de que una intervención militar en Siria hará caer al país en manos de los yihadistas.
Aparte de la clarividencia política de este poeta, la verdad es que la proclama de hipocrituelos mediocres como Obama y Cameron de castigar al régimen sirio por matar con artes prohibidas, como si se tratara de una multa del guarderío de caza y pesca, no sugiere nada parecido a la existencia de un Occidente democrático con ideas ni decisiones claras.