
Eder. Óleo de Irene Gracia
Eduardo Gil Bera
Las televisiones, periódicos y blogs japoneses comentan a diario cómo va la floración de los cerezos. Dónde se abrirán hoy, en qué parque estarán en plena eclosión, qué comarca y ciudades alcanzará hoy el tsunami florido que asciende de sur a norte, desde marzo hasta mayo. Este es ya el segundo florerío radioactivado después de Fukushima y los entendidos no esperan grandes novedades entre el blanco nieve y el rosa arrebolado. El primero de abril, bajo el auspicio de la floración, una quinta estación que dura ocho o diez días, en Japón los supervivientes se saludan como en año nuevo, muchas empresas inician su ejercicio anual y se reanuda el curso escolar.
También florecen los cerezos en la provincia china de Henan, doble de habitantes y seis veces más densamente poblada que España, donde la cadena del ministerio de justicia televisa cada sábado noche un reality show justiciero con edificantes entrevistas a los condenados a muerte justo antes de la ejecución. Ahora han dejado de emitir el programa, porque ha sido noticia en la BBC, y el ministerio de justicia chino es partidario de la intimidad.
Más noticias florales. Se constata una floración tardía del protestantismo en su tierra natal. Un pastor de la creencia asciende a jefe del Estado, después de haber pedido el preceptivo permiso a su obispo, y una hija de pastor no solo gobierna, sino que presume de su confesión ante el parlamento, y el llamado Círculo Evangélico de su partido celebró su 60º aniversario en Siegen con un servicio divino (sic) donde participó la cancillera, que habló de “misión evangélica”. También la ministra de la presidencia fue pastora —antes que fraila, iba a poner. Justo ahora que el protestantismo va socialmente a la baja y sus flores son más lacias que nunca. Porque los confesos luteranos no llegan ni siquiera a un tercio de la población, menos que los católicos, menguan más deprisa que estos, y van menos a la iglesia: apenas un 3%. Los protestantes tienen menos éxito en su propio círculo divino que en la política. Hubo un sociólogo exagerado, Plessner, que defendió la existencia de una tradición protestante que arranca en Lutero y se jalona en Federico el Grande y Hitler, una tradición que impedía la floración en virtud de la que los alemanes pasarían de súbditos a ciudadanos.