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Marchaba el alma de Aquiles a grandes pasos

Por 3 de marzo de 2011 Sin comentarios

Eduardo Gil Bera

 

por el prado de asfódelos, feliz, porque había sabido que su hijo era insigne, y se recordaba su nombre sobre la tierra. Y los tallos cargados de flores le acariciaban las rodillas, y las espinilleras broncíneas llevaban pétalos blancos pegados a la sangre costrada. Estaba muerto, y no más se le permitía sentir el contacto muelle de las espatas floridas y cimbreantes en las piernas. Así es la muerte cotidiana en la pradera del Hades.

Pero aquí brotan tenaces entre la dura nieve granizada las hojas puntiagudas de los asfódelos que traen de nuevo el verde, color primera del mundo y en quien consiste su hermosura, pues se viste de verde la primavera, y la vista más lisonjera es aquel verde ornamento, pues sin voz y con aliento, nacen de varios colores, en cuna verde, las flores, que son estrellas del viento. Todos los años se reinicia el drama calderoniano y, a despecho de las heladas tardías y los rústicos incendiarios, estallan incontenibles en la tierra pelada las primeras hojas carnosas y prietas. Tienen prisa, luego pujará el helecho sombrío, y el asfódelo que no haya florecido no dejará posteridad sobre la tierra de los mortales. Salen en las recrevazas que dejó la helada implacable en la dura piel de la tierra.

Algunos sabios se han preguntado por el linaje etimológico del gamón, nombre común del asfódelo, y así, el infatigable Corominas, tras proponer, discutir, y rechazar las diversas  posibilidades, concluye si será “acaso palabra prerromana”. Otros, mucho menos sabios, pero quizá igual de curiosos, hemos querido saber por qué aparece desde la antigüedad esta liliácea en el culto a Perséfone, esposa de Hades, el tenebroso rey de los muertos, y por qué alfombra la pradera del más allá.

Perséfone, hija de Zeus y Deméter, era la doncella por antonomasia y se llamaba Coré. Tras ser raptada por Hades, pasó a ser su esposa y llamarse Perséfone, que significa “matadora de destructores”. Toda la naturaleza detuvo su ciclo hasta que Zeus acordó con su yerno Hades que Perséfone volviera a visitar a su madre en primavera, para regresar al inframundo en la época de la siembra. El asfódelo, que es la primera planta en romper el frío letargo invernal y devolver a la tierra la color primera, forma parte por eso del culto a Perséfone y simboliza su regreso, y el maridaje de la muerte y la vida.

Aquí en vasco le llaman ambullua (del latín ampullula “ánfora minúscula” por la forma de sus tubérculos, que parecen ánforas diminutas) y en los viejos tiempos de la carestía, los ganaderos pobres extraían sus tubérculos de la tierra para alimentar a los cerdos y también para fabricar alcohol. Al narciso de los prados, en cambio, le llaman ambullu gaiztoa, que es “asfódelo maligno” porque tiene un lindo alcaloide, la narcisina, de gran poder paralizante, como es sabido y comprobado: un bulbo de narciso mezclado con el forraje puede hacer malparir y poner malísima a una vaca, ah el narcisismo. Hesíodo, que sabía de campo, dice que los necios ignoran el valor oculto del asfódelo, y es que por lo visto tiene poder curativo de eczemas y postillas del cogote.

Con todo, nos seguimos preguntando cómo es que habiendo pasado el vocablo "asfódelo" del griego asphodelos al latín y la mayor parte de las lenguas modernas, los romances hispánicos, y solo ellos, presentan la forma gamón (ahí están los topónimos Gamonal y Gamoneda, el portugués gamão, el catalán gamó, el navarro-aragonés gambón, castellano antiguo camón) y eso se debe al origen griego del término, porque viene de gamos “matrimonio, unión íntima” que nos remite de nuevo a Perséfone y su eterno ciclo de vida y muerte. La tenaz pujanza de los gamones, su vocación de planta pionera que coloniza la tierra incendiada y el suelo devastado por la tala, su infalible primera posición en el retorno de la color primera, recuerdan el machihembraje de la vida y la muerte. De modo que los romances hispánicos recogieron en el nombre del gamón la quintaesencia del mito griego, lo que de paso muestra cuán poco sabemos del modo y época de la transmisión de las ideas más delicadas de la humanidad.

Hay una tierna piedad irónica en la Odisea que presenta a Aquiles marchando a “grandes pasos” por la pradera de asfódelos del Hades. Mientras en la Ilíada los “grandes pasos” son propios de un héroe viviente y consciente de su fuerza —como Ayax que sale al encuentro de Héctor—, en la Odisea se hace un remedo irónico de la expresión, al hablar de los “grandes pasos” que daba el carnero del cíclope, cuando no iba cargado del peso de Ulises, y de las zancadas dichosas de Aquiles entre los gamones, difunto pero aliviado al saber que su hijo es insigne sobre la tierra.

 

 

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Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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