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Los pedagogos del señor de arriba y la ley vieja

Por 8 de febrero de 2018 Sin comentarios

Eduardo Gil Bera

El avance en materia de derechos humanos consiste en la abstracción. Cuando se dice ciudadano, el término que introdujeron los estoicos y que Marco Aurelio emplea de modo ejemplar, o sea, ciudadano de la ciudad que es el mundo, se elude el adjetivo, no se dice romano, ni griego, ni bárbaro. En cambio, el retroceso, la roña y la vileza, radica en el adjetivo. Cuando una declaración lo más abstracta posible, como es toda constitución cabal, se quiere envilecer e infectar se le ponen adjetivos lugareños. Cuidado con los adjetivos, que los carga la estupidez y los paga la inteligencia. El propósito de los adjetivadores es convertir la cualidad accidental y privada en esencia constituyente.
 
Así por ejemplo se dice que hay vascos, cuando lo cierto es que no hay vascos, hay gente que habla vasco y eso es todo. Hablar vasco no presta ninguna cualidad esencial ni da derecho a deponer el adjetivo en una constitución ciudadana y dejarlo ahí, atufando. Aún menos a declararse superior o ejemplar. 
 
Aquí tenemos gobernando, con el apoyo del sedicente progresismo, a los partidarios del señor de arriba y la ley vieja, que se dicen vascos de esencia sentimental, vamos, que lo sienten mucho, y tienen un cabildo raro que llaman consejo del euskera para ver cómo imponer el morbo alucinógeno. Una cosa es que donde se habla vasco sea oficial, y haya sanidad y enseñanza en vasco, y se pueda hacer la declaración de la renta en vasco, yo mismo la he hecho y me devolvieron antes que nunca, bravo, y otra cosa es hacerlo oficial donde no se habla para que se jodan, digo para que se hable. ¿Por qué se tendría que hablar donde no se habló o se dejó de hablar porque le dio por ahí a la gente? Esa sería la cuestión. ¿Con qué morro, que no sea el delirante del rollo del neolítico, va a decirle un ciudadano que habla vasco, a otro que no lo habla, que lo tiene que hablar, o como mínimo dejar que sus hijos sean aleccionados en la cosa? ¿Para entenderse quizá? El consejo del euskera tendría que ocuparse de ese punto, a ver, que argumenten los sentimentales. Por si fuera poco el chiste, el susodicho consejo está poblado en exclusiva de gente que habla vasco y delira con el adjetivo y cree que es sustantivo. Es como si un consejo de oncología exigiera acreditar la posesión de un tumor de grado III para ser miembro de la cosa. Si fuera un problema real, no inventado e impuesto, debiera estar formado también por quienes no hablan vasco pero van a ser las víctimas del delirio ajeno, ésos defenderían a la gente normal y a ésos tendrían que explicarles las ventajas de sumarse a la resta para hacer la división.
 
Pero en vez de hacer la pedagogía ahí, de donde no saldría, porque no tiene recorrido argumental, la hacen a toda pasta en el territorio privado, donde consideran que es natural entrometerse. Así, resulta que los adjetivados en vasco son superiores y deben tener ventaja, y les parece tan natural meterse en la relación entre particulares para «normalizar» la anormalidad. Eso nos hace disfrutar de peculiaridades encantadoras, por ejemplo, los locutores repetitivos, todo locutor vasco se sabe ejemplarizante y modélico, de manera que deleita a las víctimas con la repetición de sus asertos. Se trata de un morbo muy vasco, Usabiaga, el del ciclismo, repite sin falta todos sus comentarios, si llevan un verbo conjugado que a él le parezca guay o algún purismo de su cosecha, entonces lo suelta cuatro veces seguidas en crescendo, tomad y comed, el vasco adjetivado se distingue porque todos los chistes los cuenta tres veces, la segunda de repaso,  la tercera es la que vale, salvo que haya dudas, es lo que tiene la pedagogía. Pérez, el de pelota, que no soporta ser Pérez y en compensación ha erradicado el bote, la dejada, la cortada y hasta el dos paredes, a base de repetir sus purismos, y se hace eco sin falta, no sólo a sí mismo, sino cada vez que algún fiel talibán denuncia que Berasaluze ha hablado en castellano con Urrutikoetxea, y luego Lizartza, pelota también, repetitivo y curil también, castiga al personal cuando falta Pérez. Por eso, el vasco adjetivado y metido a culturizante suele ser como el ciclista que va mirándose los pedales, pendiente de que le admiren de cómo se mira. Y bien, ¿acaso no tiene derecho? Oh sí, pero que vaya por su carril y dé paz.
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Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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